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Lunes: la boda
Mis pies se hundían en la senda azulada que
serpenteaba entre cascadas de jazmines, cuyo dulce aroma llegaba a la nariz con
un toque de húmedo verdor procedente del bosque situado más allá de las flores.
Caminábamos de la mano bajo un cielo azul intenso salpicado de algodonosas
nubes de un color metalizado entre el bronce y el aluminio, arracimadas cual
Valquiria cabalgando una nave estelar a la búsqueda de galaxias desconocidas.
La nave debería ser más pálida y estilizada. No necesitaba pintar, sólo tenía
que pensar en algo y la Naturaleza lo representaba para mí, las nubes empezaron
a cambiar.
Arrullada por el zumbido de los insectos y seducida
por el trino de las aves, me detuve y acaricié su pelo. Él me besó en la frente,
en la mejilla y en los labios. Se me erizó la piel y anhelé algo más que una
caricia o un beso, deseé sentir su cuerpo junto al mío y poder explorarlo con
total libertad de movimientos, como sucedería bajo el agua. Estaríamos solos,
él y yo, en medio de aquel lugar idílico.
Le besé y un reflejo anaranjado me alcanzó
en el costado. Volví la cabeza. Un poco más adelante, el camino se había
expandido circularmente y en el centro, flotaba una suave luz anaranjada que iba
creciendo en forma de cubo. Cogido de la mano le conduje hacia la plazoleta
azulada rodeada de jazmines en la cual flotaba el enorme cubo de radiante luz
anaranjada. Las flores lanzaron sobre nosotros un aroma intenso que iba de la
vainilla a la canela, de la naranja a la menta. Cientos de pajarillos y miles
de insectos orquestaron una melodía para nosotros, ellos serían testigos de
nuestro amor.
Caminamos alrededor del cubo, viendo cómo sus
caras se volvían transparentes. Había unos escalones, puse un pie en el primero
y una mano con la palma hacia arriba asomó del cubo, invitándonos a entrar. Le
confié la mía y la tomó con delicadeza. Fui a subir otro escalón y sentí un
tirón en la otra. Me volví hacia él y me señaló el cubo: quien había tomado mi
mano y me aguardaba en el cubo era Interlocutor. El que se resistía a seguirme era
Artista, quien con su más tierna sonrisa soltó mi mano y me dijo adiós. Me
abandonaba, pero yo no iba a renunciar a mi felicidad. Subí otro escalón,
tomada de la mano de Interlocutor, el de los cálidos ojos grises y entré. Ni
siquiera me volví para ver cómo Artista daba media vuelta y se alejaba por la
senda azulada. El cubo albergaría a partir de aquel momento mi dicha y
felicidad.
En la ingravidez de su cálido interior, disfrutamos
de movimientos pausados que nos conducían a leves encuentros en los que dábamos
o recibíamos una caricia. Nos amamos despacio y con dulzura, igual que si
estuviéramos en el remanso del manantial que deseaba se convirtieran en arroyo
y después en torrente, que me zarandeara hasta llevarme a la catarata que me hundiría
en las profundidades de la tierra, donde avanzaría a trompicones por estrechos
conductos hasta ser expulsada violentamente por el géiser.
Era lo que deseaba, pero él se empeñaba en calmarme
y devolverme a ese remanso de paz inicial, donde nadábamos en las quietas aguas
del manantial. Quería encontrar esa pequeña corriente que me llevara hasta el
mar. Quería sentir el vaivén de las olas y no poder volver a la orilla. Quería
ser arrastrada hacia las rocas, donde las olas estallarían con toda su
violencia, y nosotros con ellas. Él se resistía a ser llevado a aguas bravas y
con infinita tristeza, me confesó que su pequeña fuente de placer estaba seca.
Les grité al bosque y a los pájaros, a las
flores y los insectos, al cubo y a él. Grité de desesperación, porque lo que
más anhelaba, no me era concedido. En respuesta a mi demencial grito, apareció
un diminuto punto negro, que creció alimentándose del bosque. Árboles y más
árboles fueron absorbidos por el voraz agujero negro, después les llegó el
turno a las flores, a los insectos y a los pájaros y al final, en medio de aquel
horror, hasta mi grito desapareció.
Abrí los ojos. Estaba oscuro. El corazón
retumbaba contra las sienes. Todavía tenía miedo. Escuché un chasquido metálico,
tan fuerte como los latidos desaforados de mi corazón y una delgada línea de
luz se abrió paso en la oscuridad.
–Violeta, ¿estás bien? –era la voz de
Cristina.
Encendí la luz. Se acercó hasta la cama y se echó
a mi lado.
–Te oí gritar.
–Acabo de tener una pesadilla. Ha sido
horrible.
Le conté mi sueño, y al recordar los mejores
momentos, logré calmarme. Fue un final inoportuno el que lo transformó en
pesadilla y en la misma, hubo un punto negro; conocía su significado, pero de
eso, no le dije nada.
–Los sueños –dijo Cristina–, son un capricho
de nuestra mente. Toman elementos del mundo real y los aderezan con un toque de
fantasía.
–Sin ese final, hubiera sido maravilloso,
estuviera quien estuviera en el cubo conmigo.
–El elemento real es Jaime. Él te gusta.
–Ya –me fastidiaba que lo recordara–. Y el
elemento fantástico es la oscuridad, ¿no?
Estuvo un rato pensativa.
–Me parece que no. En la vida real dejas a
Jaime por Carlos y en el sueño ocurre exactamente lo contrario. Es tu
subconsciente el que se rebela contra un cambio que no te interesa en la
realidad y por ello convierte el sueño en pesadilla. Hasta ahí todos los
elementos son reales. ¿A que está bien pensado?
–Entonces el elemento fantástico sería el
lugar en el que transcurre el sueño.
Cristina negó con la cabeza.
–¿Todavía no lo has adivinado?
Levantó el dedo índice y lo dejó caer
despacio. Volvió a repetir el gesto.
–¿La fuente del placer?
Asintió poniéndose colorada y yo fui capaz
de reírme pese a mis temores.
–¡Te lo has inventado todo!
Asintió con la cabeza.
–Estás mejor, ¿verdad?
–Sí –miré el reloj. Iban a dar las siete–. Vamos,
o se nos hará tarde.
Fui al baño y me metí en la ducha. Estaba
asustada. Tenía todas las trazas de haber sido una visión. Y si era así, me
decía que debía dejar a Artista, y a estas alturas, sin él, la Performance se
vendría abajo. Abrí el grifo del agua fría al máximo, intentado así alejar la idea
de la visión, la oscuridad y la mota maligna estallando… Un momento, no había
estallado, sólo se había expandido y mis visiones eran estallidos de color en
continuo cambio; y no recordaba haber visto ni un solo color en el interior del
cubo.
¡Había sido una mancha oscura en expansión! ¡Había
sido una pesadilla! Me alegraba tanto de que sólo hubiera sido una horrible pesadilla,
que empecé a cantar.
–Sólo ha sido un sueño, sólo un sueño. Un
sueño, sólo ha sido un sueño.
Un sueño en el que Artista me entregaba a un
Interlocutor impotente. Los sueños, de puro caprichosos, podían resultar
crueles. Mi subconsciente había mezclado la aventura con Interlocutor con la
que estaba por llegar con Artista. No me extrañaba, estaba tan cercana nuestra
aventura, que sus ojos habían anidado en mi cabeza, hasta el punto de que era
la segunda vez que se me aparecían; la primera fue el sábado en la capilla. Por
cierto, que Interlocutor me llamó el sábado para decirme que había soñado conmigo
y que íbamos por el campo… El sueño había tomado todos los elementos de la
realidad y los había agitado en una coctelera.
Salí de la ducha y empecé a secarme delante
del espejo. Era yo, Violeta Jekyll. La indecisa señorita Hyde había desaparecido
de mi vida y las nubes pasaban sin detenerse. Lucharía con todas mis fuerzas
contra ella si intentaba volver. Estaba en el comienzo de una nueva existencia,
sería la Gran Artista y nada ni nadie podrían evitarlo. A la Violeta que se
reflejaba en el espejo, nadie podía vencerla.
Fue un sueño. Y en un futuro tan cercano que
estaba al alcance de mi mano, tendría a mi Artista.
Cuando llegué a la Cadena, fui directa a
vestuario. La mía no era una boda al uso y como tal, no iba a llevar el pelo
recogido, ni un vestido largo, ni tacones. Él tampoco llevaría ni traje ni
corbata. Hace unas semanas llamé a una amiga que estaba metida en el mundillo
de la moda aunque todavía fuera una estudiante, y le pedí que me diseñara un
híbrido entre ropa de aventura y de fiesta. La única condición que le puse fue
que las prendas deberían ser azules y naranjas, los colores de Cadena 13. Me
presentó unas prendas de aventura con algunos detalles de incongruente
elegancia. Mi conjunto era de color azul con los detalles en naranja y el de
Artista naranja con toques azules. Me gustaron.
Después de vestirme con tan originales
prendas, fui a que me maquillaran y de ahí al plató. Hubo una reunión previa
para ultimar los detalles, pues teníamos unos pocos invitados a la ceremonia,
escogidos entre los aspirantes que llegaron a la final. Por supuesto había
evitado que llamaran a Guapo y a Ni fu ni fa, no me apetecía volver a verles.
Llegó el momento de la ceremonia. Era lo
único que íbamos a grabar, el resto serían imágenes animadas que ya teníamos
hechas. Cuando me dieron la señal, entré por la puerta de la izquierda y Artista
lo hizo por la de la derecha. Llegamos ante el pedestal azul y nos colocamos
cada uno a un lado, de cara a los invitados, que estaban sentados formando un
semicírculo. Estábamos en una sala circular, sobre cuyas paredes se proyectaban
imágenes fijas de la Naturaleza y por los zumbidos y trinos que emergían de
todas partes, parecía que estuviéramos inmersos en aquel paisaje. En mi sueño, todo
había resultado mucho más espectacular.
De entre los invitados, salió el oficiante,
Piero, que tenía el capricho de interpretar ese pequeño papel. Se colocó tras
el pedestal, de modo que el radiante sol quedaba casi directamente sobre su cabeza.
–Estamos reunidos en torno al pedestal para
celebrar vuestra unión ante la Naturaleza… –Piero lo estaba haciendo realmente
bien.
Con
esta ceremonia entraba en la segunda fase de la Performance. Había trabajado
mucho, resuelto multitud de problemas, y estaba más cerca de alcanzar la meta.
Me aguardaba un futuro prometedor, entre los elegidos, en el Olimpo del Arte…
–…los invitados aquí presentes, testigos de
vuestra unión…
Nuestra unión, no disfrutaría de una noche
de bodas al uso. Tendríamos que esperar al día siguiente. Después del largo y
obligado periodo de abstinencia, aguardar un día más, se me antojaba una
eternidad. Debimos haberlo hecho hace días, necesitábamos practicar antes de
salir a escena. Aún estábamos a tiempo…
Las palabras de Piero tocaban a su fin.
Llegaba nuestro turno.
–¿Deseáis uniros y que la Naturaleza sea
testigo de vuestra unión?
–Sí, deseo unirme a Violeta Vera.
–Sí, deseo unirme a Carlos Gallego.
Lo
deseaba con toda mi alma, dejar la espiritualidad a un lado y unirme
físicamente a él. Tenía hambre de hombre atrasada, y no volvería a pasarla.
–Uníos
pues, la Naturaleza es testigo de vuestra unión y en su nombre, os doy la bendición.
Piero se hizo a un lado y avanzamos el uno
hacia el otro por delante del pedestal. Carlos volvía a flojear, lo veía en sus
ojos; sus nervios le traicionaban ante la presencia del público. Alcé los
brazos sin esperar más tiempo y nos abrazamos. Después deslicé las manos por su
espalda hasta llegar a la cintura. Él hizo lo mismo y quedamos unidos por las caderas. Los trinos
se intensificaron y una flauta travesera inició una melodía, el sol aumentó de
tamaño y su luz nos envolvió. Giré el rostro, lo acerqué al de Carlos y unimos
levemente nuestros labios. Había pensado en él como Carlos, era una buena
señal. Cerré los ojos e iniciamos un beso suave y prolongado. Noté una presión
en el pubis, algo que se animaba antes de tiempo. Separamos nuestros labios y
al abrir los ojos, leí la preocupación en su rostro. Acerqué la boca a su oído.
Al acabar –le dije en voz baja–, nos
volvemos hacia el altar y cada uno por nuestro lado, lo rodeamos.
–De acuerdo.
Intentaríamos salvar la escena sin que se le
notara, si todavía era posible. Me acerqué a él, cerré los ojos y le besé con
pasión hasta que la música decayó. Su erección, lejos de querer menguar, iba en
aumento y pese a que no fuera el momento oportuno, estaba orgullosa de haberla
provocado.
En medio de los aplausos, nos volvimos hacia
el pedestal y lo rodeamos. Una vez tras él, juntamos nuestras manos y las
pusimos sobre el mismo. Esa pequeña improvisación levantó más aplausos. Felicité
a Carlos y le dejé apoyado en el pedestal del que suponía no se separaría en un
rato.
–Espérame por aquí.
–Qué remedio.
–Si yo fuera a tener una aventura con esta
mujer –Piero apareció a nuestras espaldas y hablaba en voz baja–, te aseguro
que estaría igual que tú.
–¡Piero!, ¿no te da vergüenza? –intenté
reñirle, pero la situación resultaba un tanto cómica.
Carlos se puso colorado.
–Tranquilo –soltó una carcajada y le dio una
palmada en el hombro–. Nos quedaremos charlando un rato y aquí no ha pasado
nada.
Nadie parecía haberse dado cuenta. Se habían
formado grupos que charlaban animadamente, aguardando por si se les requería
para una segunda toma.
–Te veo ahora –le dije a Carlos–, no te
vayas.
–Ciao –Piero volvió a reír.
Salí del estudio y fui a la sala de grabación.
Había cinco monitores encendidos y todos mostraban la misma escena, Carlos y yo
entrando en la sala. Delante de cada uno había un técnico y el de la izquierda
era inconfundible por su terrible mata de pelo. Estaba en todas partes, debía
tener clones para poder abarcar todo el trabajo que realizaba. Podría montar
una empresa y ser el único trabajador.
–Hola Ben. ¿Qué tal ha estado?
–Violeta, has estado sublime. No creo que
haya que repetir ninguna escena.
–No estoy tan segura. Necesito ver el final,
desde el sí quiero.
–De acuerdo.
Avanzó la imagen hasta el momento en que
Piero nos hacía la famosa pregunta. No lo había hecho mal. ¿También habría sido
actor o era un capricho pasajero? La escena, vista desde fuera resultaba muy
distinta: nuestros rostros enmarcados por el sol amarillo anaranjado y después
las figuras enteras con el altar difuminándose en los bordes. Pero lo que
buscaba era el rastro de alguna preocupación en nuestros rostros.
Pasamos las últimas imágenes y me pareció
que las mejillas de Carlos estaban rosadas.
–Rebobina. Quiero ver su rostro.
Detuvo la imagen y la llevó hacia atrás muy
despacio.
–Amplíala –le pedí.
Efectivamente, estaba ruborizado por culpa
de la erección, pero no era nada.
–Es un poco tímido, pero ese no es el
problema.
Devolvió la imagen a su tamaño original y amplió
la parte inferior. Avanzó fotograma a fotograma y apareció el problema, el
bulto en el pantalón al volverse.
–Me había parecido –dijo volviendo su rostro
hacia mí.
–Estaba nervioso. Como tengamos que
repetirlo…
–Son unos pocos fotogramas, no hace falta.
Lo puedo arreglar.
Cogió el bolígrafo y anotó la referencia de la
escena al final de la hoja. La tenía llena de notas, debió tomarlas durante la
grabación.
–Estupendo.
–Por cierto, ¿has visto la prensa de hoy?
–No he tenido tiempo.
–Hay un artículo muy bueno en La Verdad. Va en
plan jocoso. Dice que la próxima vez, cualquier pirada podría querer concebir un
piloto de nave estelar para poder pasar sus vacaciones en algún planeta exótico.
–Eso
es cosa de Piero –dije sin dudar.
–Me da la impresión que pretende evitar que
otras cadenas quieran copiar la idea de la Performance.
–Poniéndoles
en ridículo antes de empezar. Puede que sí. Pásamelo a la tarde.
–Quédate. Voy a hacer unas pruebas…
–No puedo –le interrumpí–, tengo un asunto
pendiente. Si no hay que repetir ninguna toma, me voy.
–Lo sabremos en unos minutos.
–Espero fuera. Hasta luego, Ben.
–See you, Violeta –sus ojos lo decían,
seguía coladito por mí.
Volví al plató. Había tal bullicio que nadie
reparó en mi presencia. Los invitados a la boda seguían en animada conversación
y Piero había conseguido hacer reír a Carlos. Me senté en una esquina a esperar
el veredicto. Todo lo que veía lo había iniciado yo. Quién me lo iba a decir,
hacía unos meses iba de galería en galería pidiendo exponer y ahora dirigía una
Performance.
–Atención. Presten atención –la voz venía de
los altavoces–. La toma es válida. Repito. La toma es válida. Pueden marcharse.
Muchas gracias.
Hubo gritos de alegría, pero nadie se movió.
No tenían ninguna prisa por marcharse. La única que estaba impaciente era yo.
Unos minutos después, Piero se fue. Carlos
echó un vistazo alrededor y se separó del pedestal. Estaba curado. Me puse en
pié y caminé hacia él. Al llegar, me puse al otro lado del pedestal y apoyé los
brazos en él.
–Carlos –se volvió al oírme–. Veo que estás
curado.
–Siento lo ocurrido –se sonrojó–. Pude
haberlo estropeado.
–Pero no lo hiciste.
–Menos mal –soltó el aire ruidosamente, como
si se desinflara.
–Ven, que no parece que me hayas dado el sí hace
un momento.
Tomé
su rostro entre mis manos y le besé. Me ocuparía personalmente de que volviera
a enfermar de la misma dolencia.
–¡Vivan los novios! –gritó alguien.
Volví a besarle y saltó un flash. Prorrumpieron
en aplausos.
–¡Vivan! –coreó el resto.
–Esto hay que celebrarlo –le dije.
–¿Y
qué vamos a hacer?
Levanté el brazo y saludé a los invitados. A
continuación, le tomé de la mano y en medio de los aplausos, le saqué del
estudio sin darle una explicación. Me lo llevaba a casa.
–¿A dónde vamos? –preguntó Carlos cuando
llegamos a las escaleras.
–A cualquier lugar donde podamos estar
solos, sin una cámara vigilándonos. A un lugar en medio de la nada.
Había una canción que hablaba de algo
parecido, pero no me acordaba cuál era. No importaba el dónde, sólo poder
saciar mi deseo de él, un deseo que era a la vez la realización de mi sueño,
del sueño que me hubiera gustado disfrutar sin que hubiera aparecido
Interlocutor para estropearlo. Carlos y yo habríamos entrado en el cubo…
¡El
cubo! Era una locura, pero posiblemente fuera el lugar más discreto. Tiré de él,
le conduje a las escaleras y bajamos al sótano. Le guié a través de los
pasillos hasta la puerta marcada con el rótulo P-1 sin que nos hubiéramos
cruzado con nadie.
–Creo que no deberíamos estar aquí.
–Al contrario, deberíamos familiarizarnos
con esta sala –metí mi tarjeta en la ranura y la puerta se abrió. Entramos y encendí.
–¿Dónde estamos?
Cerré la puerta y le besé. Eso le distendió.
–Espera aquí.
Me dirigí al puente de mando de la nave, así
llamaba yo a la cabina, y pulsé las luces azules. El cubo, en el centro de la
estancia se iluminó. Apagué los focos blancos del techo y volví con él.
–¿Dónde estamos?
–En el lugar más remoto y olvidado. Solos tú
y yo. Nadie vendrá antes de mañana. Ven –le cogí de la mano y le llevé hacia el
cubo.
Mis ganas de él crecían hasta límites
difícilmente soportables. Me senté en el borde, le atraje hacia mí y nos besamos
en la penumbra azulada. Recordé la canción, “Somewhere in Between”, del disco “A
sky of honey” de Kate Bush. Así nos encontrábamos nosotros, en algún lugar
entre la ficción de la Performance y la realidad, en el lugar donde mis deseos
se cumplirían, donde el sueño que quise soñar se materializaría. Me hubiera
gustado tener el disco y hacerlo sonar a través de los altavoces de la sala.
Conseguí que enfermara, volví a sentir su
virilidad fortaleciéndose contra mi pelvis. Esta vez no tendría que disimular. Beso
a beso, le arrastré al interior del cubo. Era nuestra primera vez. Pausadamente,
fuimos descubriendo nuestros cuerpos, y la luz azul parpadeó y dejó entrar al
naranja, como si las luces hubieran detectado el apasionado encuentro y quisieran
colaborar. Dulzura acolchada, si estuviéramos en el sueño, rodearía ingrávida
su cuerpo, le atraparía y huiría, contemplándole en todo su esplendor antes de
apoderarme definitivamente de su persona.
Modulaciones naranjas oblongas envolvieron
nuestros cuerpos en caricias luminosas, mi mano descansó en su torso, la suya
en mi gemelo. Círculos verdes atravesaron su cuerpo y se enredaron en el mío. Nos
prodigamos caricias urgentes, de una pasión incontenible y a cada bocanada de
placer, arrojamos perlas rojas, púrpuras, lilas y violetas. Respiraciones
agitadas, gemidos y perlas moradas, cada vez más diminutas y sombrías, oscurecían
nuestro particular universo cúbico.
Ahogué mis miedos y a cada embate, con cada
gemido, ahogué la terrible visión que se volvía adversa. El placer, que no
entendía de otra cosa que no fuera él mismo, se manifestó en forma de
luminiscencia anaranjada, ignorando la terrible oscuridad. Llegó a ser tan intensa,
que su túnica de seda naranja nos envolvió por completo, alejando los miedos,
convirtiéndolos en luz y en los últimos estallidos de placer, destruyó la
terrible oscuridad.
Naranja radiante, abrazados en su
algodonoso lecho moteado de verde esperanza, caímos rendidos.
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