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Viernes: cuarta cita
–Ben –puse la mano en su mejilla–, una no se
enamora de un día para otro.
–Lo sé.
Le besé en los labios, aún sabiendo que con
ello prolongaba su agonía.
–Espero que llegue ese día, you know.
–Quién sabe –algún día tendría que decirle
que no me había enamorado de él.
Salí del despacho sin mirar atrás.
Había recreado un noviazgo en cuatro días, y
las imágenes que acabábamos de ver demostraban que lo había conseguido, que el
sentimiento y la pasión habían ido creciendo día a día. Eso pareció afectar a
Pelos y en ese momento estaba tan pletórica, que no me importó aliviar su
tristeza con un beso.
Había acertado eligiendo a Artista y después
de la última sesión, me lo habría llevado a la cama, pero mis deseos debieron ser
reprimidos una vez más; debía estar convirtiéndome en una persona responsable, porque
anteponía la obligación al placer; todo fuera por el bien de la Performance. No
siempre iba a ser así, por fortuna, esa situación tocaba a su fin. A partir de
la próxima semana, el trabajo y el placer irían unidos. ¡Por fin!
Encendí el móvil.
–Tomás, soy Violeta. ¿Los tienes?
–Los he conseguido para las ocho.
–Estupendo. Voy ahora mismo a por ellos.
Al llegar esa tarde a la Cadena, me había acercado
a la secretaría y le pedí a Tomás que me reservara un par de billetes para el
AVE, después llamé a Interlocutor para decirle que en cuanto acabara el trabajo
iría a su despacho. Era lo último que me quedaba por hacer y menos mal que no me
puso ninguna objeción a una cita tan precipitada.
En cuanto tuve los billetes en mi poder,
llamé al chófer.
–He acabado. ¿Cuándo podemos salir?
–En un par de minutos estoy en el garaje.
El coche me esperaba en el lugar
acostumbrado. Como la artista que era, como una estrella del espectáculo, subí
a mi transporte privado y me acomodé en el asiento. No había nevera, ni televisor,
ni ninguna otra excentricidad; tampoco las necesitaba.
Llamé a Interlocutor.
–He acabado en la Cadena. Salgo para allá.
–La espero.
Después llamé a Cristina para darle la
sorpresa.
–¿Te apetecería dar una vuelta por Sevilla?
Tardó unos segundos en contestar.
–Es que he quedado en el Drakkar, estoy
yendo para allá.
–¿Estás segura? A tu Capitán le puedes ver
la próxima semana.
–¡Aaaaaah! –soltó un gritito–. ¡Creí que
hablabas en plan hipotético! ¡Sevilla! ¿Lo dices en serio?
–Tengo dos billetes para el AVE. Salimos a
las ocho de la mañana.
–Pues
me vuelvo ahora mismo a casa a preparar el equipaje. Quiero llevarles unos
dibujos.
Y para terminar, sorprendería a mi madre.
–Hola tío.
¿Está mamá por ahí?
–No. Ha salido.
–No tendríais planes para mañana?
–Pues ahora que lo dices, sí. Pensaba llevar
a tu madre a comer fuera. ¿Por qué lo dices?
–¿Habría sitio para una más?
–¡Ay, mi niña, claro que sí! ¿Cuándo vienes?
–Mañana. Cojo el AVE de las ocho.
–Tu madre se va a volver loca de contenta. Iremos
a esperarte a la estación.
–Un beso, tío y dale otra a mamá de mi parte.
¡Qué ganas tenía de verla!
Había orquestado
una improvisación perfecta. Tenía todo controlado. Apagué el móvil y lo devolví
al bolso. No pensaba hacer más llamada.
Cerré los ojos. Quería repasar una vez más
los detalles del lunes antes de tomarme el merecido descanso. Una vez acabara
con Interlocutor no quería saber nada del trabajo hasta la vuelta. A través de
los párpados se insinuaba un amarillo anaranjado en los que casi se reflejaba
el iris, el rayado de las pupilas y las motas de color rojo inglés
desplazándose lentamente. La boda. El color subió hasta un naranja intenso. El
escenario estaba listo y se habían hecho pruebas de luz y de sonido. Naranja
rojizo. Conociendo a Pelos, se pasaría el fin de semana preparando una versión
que sería la definitiva a falta de las imágenes reales que grabáramos el lunes.
Rojo. No le podía perder, por eso le daba esperanzas, aunque no fuera honesto. Rojo
violáceo, violeta intenso y morado oscuro; durante una fracción de segundo tuve
miedo. Mi vida estaba a punto de cambiar drásticamente. Púrpura, rosa, abrí los
ojos, amarillo.
Se me había pasado el tiempo volando,
estábamos llegando a casa de Interlocutor. El chófer detuvo el coche en doble
fila delante de su casa.
–¿Quiere que la espere?
–No hace falta.
Bajé del coche y fui hacia el portal. Llamé
al timbre y la puerta se desbloqueó de inmediato. Entré y me dirigí al ascensor.
Esperé, ascendía entre crujidos. Se detuvo. Las puertas chirriaron al abrirse y…
silencio. No se cerraban. No tenía ganas de esperar. Sin pensarlo dos veces me
fui hacia la escalera y empecé a subir los escalones de dos en dos. Al bajar
del coche me habían entrado las prisas, estaba impaciente por acabar el último trabajo
del día y de la semana.
Al llegar al primero, la recargada decoración
de paredes y techos desapareció. Continué al mismo ritmo la ascensión al
segundo, como si con ello pudiera adelantar el viaje a Sevilla. Estaba en
forma, aunque desde que comenzara la Performance, lo único que hiciera fueran
quince minutos de bici estática al llegar a casa. Me había comprado una cuando
dejé de ir al gimnasio.
En el
tercer piso, el corazón empezó a palpitar con fuerza y llegué al cuarto con la
respiración acelerada. Allí seguía detenido el ascensor, con la puerta abierta.
Dos hombres mayores hablaban tranquilamente, uno sujetaba la puerta y el otro permanecía
dentro. Siguieron hablando como si tal cosa. A su edad, todo les importaba un
comino. Menos mal que no me quedé a esperar.
Bajé el ritmo y subí los escalones de uno en
uno. Por fin llegué al quinto, acalorada, acelerada y con las piernas cargadas.
Antes de que hubiera llamado, Interlocutor abrió la puerta en persona.
–Hola Violeta.
No estaba serio y salía a abrir, era todo
muy raro.
–Hola –jadeé–. He tenido que subir andando.
–Podía haber cogido el montacargas –dirigió
la mirada hacia el lugar donde mi alteración resultaba más evidente–. Está tras
la puerta que pone servicio.
–Debí haberlo imaginado.
Tras aquella conversación trivial, pasamos
al despacho. Estaba contento, casi podía ver la sonrisa intentando formarse en
su rostro. Era un Interlocutor diferente. ¿Habría bebido?
–Se acerca el momento más delicado y difícil
de la Performance –los músculos de su rostro se contrajeron, devolviéndole a la
seriedad habitual–. Tengo aquí el informe –abrió la carpeta y me pasó una copia–.
Empecemos por la entrevista de su amigo Fernando. La habrá leído –su mirada se
volvió gélida.
–Una sarta de mentiras. No fue novio mío, sólo
una aventura pasajera.
–Me imaginaba algo parecido. Hablé con él y
dejé caer una posible denuncia por calumnias. Aseguró que no había dicho
exactamente lo que ponían, que le habían pagado trescientos euros al finalizar
la entrevista y le tocó firmar que estaba de acuerdo con lo escrito en el
artículo. Será fácil contrarrestar su metedura de pata, un abogado de la Cadena
está en ello.
–Entonces, asunto arreglado.
–Sí. Siguiente. Cadena 13 ha subido su cota
de audiencia un doscientos treinta por ciento desde el comienzo de la
Performance y la competencia se replantea su programación: más programas
culturales y películas, y un menor número de anuncios.
–No sabía que fuera tanto. ¿Tan bien van las
cosas?
–Sí, hasta el punto de que la Cadena 13 se
convierte en referencia para las demás cadenas privadas –sus ojos seguían
teniendo el mismo color, pero daban la impresión de ser más amables–. Una
cadena estudia introducir en su programación una performance y otras dos un
reality. Es el momento idóneo para empezar a pensar en su futuro.
Aquello
fue un verdadero regalo para mis oídos. Me había costado mucho que alguien me
tomara en serio, había realizado un trabajo titánico para desarrollar la
Performance y en el futuro se me iban a abrir las puertas de par en par.
–De mi porvenir preferiría hablar un poco más
adelante.
–Hay que anticiparse a él. No deberíamos
retrasarlo durante mucho tiempo.
Ya me veía recibiendo ofertas para realizar
performances, vídeos artísticos y exponer mi obra pictórica. La Virgen de la
Estrella me había escuchado.
–¿Podríamos dejarlo al menos para la semana
que viene?
–Sí.
Esperaba que prosiguiera, pero no lo hizo. Abrí
el informe. Eran seis hojas, había ocho apartados y sólo habíamos visto dos.
–El resto no tiene demasiada importancia.
–Entonces, ¿hemos acabado?
–Sí.
Divinas palabras. El trabajo había
terminado. Empezaba el fin de semana. Eché la silla hacia atrás y me
levanté.
–¿Está preparada? –dijo en voz baja.
Levanté la cabeza y me encontré con una
mirada triste que nunca le había visto.
–¿Preparada para qué?
–Para lo de la semana que viene –sonó
dubitativo, como si tuviera miedo de decirlo.
–Lo estoy. Sólo necesito un pequeño respiro
antes de empezar. Me voy a Sevilla.
Me di la vuelta para salir. Escuché el ruido
de su silla al ser retirada y sus pasos tras de mí, acercándose. Me siguió
hasta la entrada, donde se detuvo a mi lado.
–Hasta la semana que viene –me despedí.
–La oferta de una madre sustituta sigue en pie
–sonó ronco.
–Gracias, pero ya está decidido.
Debería haber abierto la puerta, pero su
mirada triste me hizo dudar. Ojos de acero de los cuales traté de huir, porque
aunque nunca fueron ofensivos, casi siempre resultaron hirientes. Algo estaba
cambiando para que se mostraran tristes… le dolía lo que iba a hacer. Y esos
círculos grises, cual camaleón que pudiera cambiarlos a voluntad, se volvieron
cálidos, dulces… Mis ojos temblaron, al descubrir lo que sentía por mí.
En sus cálidos aceros moteados, vi reflejarse
unas sorprendidas pupilas castañas… Miradas enlazadas, miradas prisioneras, por
causas ajenas a mi voluntad, y a la suya tal vez. Por un momento su mirada fue
otra, fue una sucesión de ellas: la de Pelos, la de Artista, la de Cachas, la
de Felipe, y tantas otras ya olvidadas; todas fueron una, vacía, confusa e incolora.
Hubo un destello púrpura, como la explosión
de color de una buganvilla florida y al instante volvieron sus cálidas pupilas
grises. Sus ojos no buscaron excusas, los míos dijeron está bien, y me perdí en
los abismos de una mirada donde todo se desdibujaba. Púrpuras pálidos goteando
sobre un lago morado en calma en el que nuestros labios se encontraron.
Púrpuras pálidos que formaron ondulaciones rosadas que se expandían
circularmente y entre las cuales nos besamos apasionadamente. Púrpuras pálidos
arremolinándose caprichosamente mientras seguíamos besándonos, sin importarnos lo
que pudiera existir más allá de aquel momento y lugar. Púrpuras pálidos que se
apoderaron de mi particular universo acuoso.
El púrpura se desvaneció y mis pupilas
enfocaron unos ojos grises y dichosos. Lo nuestro fue algo casual y espontáneo.
La tentación ni siquiera existió, caímos el uno en brazos del otro como si de
pronto hubiéramos perdido el equilibrio. Acarició mi mejilla y yo le besé. En
algún momento, miró el reloj.
–Va a ser la hora de la Performance. ¿Tienes
prisa? –por primera vez, me tuteaba.
–Ninguna.
Las prisas se habían evaporado. Tiré de su
mano y le conduje hacia el salón, donde nos sentamos muy juntos frente a la
pantalla del televisor, con mi mano izquierda y su derecha enlazadas, esperando
el comienzo del último capítulo de mi Performance.
Envuelta en brumas violetas, volví a recordar
las imágenes que en algún momento del día fueron reales. Carlos y yo subíamos
la calle Atocha cogidos de la mano y algunas personas se nos quedaban mirando, bien
porque nos reconocieran, bien por ser perseguidos por el cámara. En algún
momento, esa escena se convirtió en parte de una historia y dejamos de ser
Carlos y Violeta; fuimos un par de actores metidos en su papel. Ya ni siquiera
era la actriz, aquella Violeta cogida de otra mano quedaba lejos, era un vago
recuerdo que se iba diluyendo al contacto de otra mano suave y cálida, la de Interlocutor.
–Se os ve muy naturales –entre las brumas,
llegó la voz de Interlocutor–, estáis metidos en vuestro papel.
–Son buenos actores, aunque él sea tímido
ante las cámaras –debí responder.
–Ella no está enamorada de Carlos, aunque lo
finja –creí oír.
Y
entre las brumas violetas, recordé un sueño anterior, en el cual besaba a Pelos,
le besaba sin deseo, le besaba para consolarle, pero ese no era mi sueño, era
sólo un sueño. La realidad purpúrea y soñada era ésta. Creía que entre nosotros
ya había pasado todo lo que tenía que pasar y no habría nada más; pero era una
visión, y una visión no se podía apartar sin más. Era algo que tenía que
suceder, que estaba sucediendo…
–Nunca imaginé lo nuestro –esparcí entre las
brumas rosadas.
–Yo tampoco, aunque me atraías –me devolvió
un eco agradable.
–¿Desde cuándo? –destiladas letra a letra
cual burbujas, mis palabras atravesaban el denso espacio.
–Al principio sentí curiosidad por una
jovencita que era capaz de lanzarse a hacer algo grandioso y decidí ayudarla. Más
tarde, me di cuenta de que me gustaba –me gustaba, me gustaba, las burbujas se
arremolinaban a mi alrededor–, pero no pensé… –sus palabras se perdieron entre
la niebla.
–¿Qué? –la pregunta rebotó entre las
burbujas antes de desaparecer entre los vapores violáceos.
–Que me enamoraría –me devolvieron las brumas–.
Hacía mucho…
Sus palabras se disolvieron al contacto con
las imágenes de sueños del pasado viajando hacia el presente. En ellas, el
actor Carlos se volvía hacia la actriz Violeta y la besaba en la secuencia más
romántica de toda la película. Entre ondulaciones violetas y palpitaciones púrpuras,
se volvió hacia mí. Aquellos ojos sentían celos y yo me preguntaba por qué. Me
buscaban, me necesitaban y volví a sumergirme en ellos; y entre ondulaciones
violetas, entre el pasado y el presente, entre la realidad y el sueño, volvimos
a besarnos.
Hacía mucho, me devolvió el eco desde las
profundidades brumosas de mi universo violeta. ¿Hacía mucho de qué?, fue él
quien lo había dicho y quise saber.
–¿Hacía mucho? –pregunté.
–Hacía tanto tiempo –sus ojos escaparon de
los míos–, que había olvidado lo que se sentía.
–Cuéntame.
Inspiró. Echó la cabeza hacia atrás y
expulsó su aliento hacia los abismos purpúreos.
–Fue en el instituto –habló sin mirarme,
como si lo hiciera con alguien llegado de más allá de las ondulaciones, quizás
con aquella Violeta del pasado convertida en actriz–. Allí me enamoré perdidamente de la
criatura más bella que existiera –cerró los ojos, alejándose de mí, acercándose
a sus recuerdos–, una joven que de haber vivido en el Renacimiento, se habría
convertido en la musa de Botticelli.
Abrió
los ojos, me dedicó una cálida mirada y continuó acercando sus recuerdos a
través de la bruma.
–Aquella joven… yo era invisible para ella.
Todo el mundo sabía que estaba perdidamente enamorado, todos menos ella, o eso
pensaba yo. Hasta que un día, alguien que consideraba un amigo, me consiguió
una cita con la diosa de mis sueños –cerró los ojos–. Cuando estuve con ella…
fue el momento más delicioso de mi existencia… hasta que cayó el telón y se
destapó la burla. Aquello había sido puro teatro –su rostro sufría–, dirigido
por los que consideraba mis amigos y la joven que creí un ángel…, ella fue la
peor.
Sus párpados se entreabrieron y unos ojos
tristes asomaron. Besé sus ojos, acaricié sus sienes y su dolor retrocedió a
través de la bruma, hacia un remoto pasado del que no debería regresar.
–Fue un brusco despertar –continuó–, que
cortó mi adolescencia y me hizo madurar antes de tiempo. Comprendí que las
amistades verdaderas no existían y empecé a vagar en soledad, relacionándome
sólo por conveniencia.
–Has sufrido mucho –me eché sobre él.
–No, esa fue la primera y última vez.
–Y, desde entonces, ¿no has vuelto a enamorarte?
–Nunca. Me volqué en los estudios y en el
trabajo. Acudí a clases de dibujo y pintura, estudié Historia del Arte y antes
de acabar la facultad, me había convertido en lo que soy: un Interlocutor de
Arte. Nunca más volví a sentir la necesidad de amar… hasta que te conocí.
Nos abrazamos y mi particular universo
violeta se cerró sobre nosotros. En él, fui la musa de sus sueños, él fue el
pintor y yo su modelo. Acabó su sesión de trabajo y ocurrió lo que tantas veces
sucediera entre el pintor y su modelo, que la intimidad creaba lazos de afecto.
Sentí curiosidad y quise saber…
–Y yo, ¿tengo estilo Botticelli?
–Ni lo tienes, ni lo busco. Lástima que nos
hayamos conocido cuando tu destino está sellado.
A través de la bruma llegó un sonido lejano
e insistente, un sonido que quería llevarme a aquella otra dimensión de la que
no quería saber, y que me atraía hacia el interior de mi bolso. Aparté los ojos
y dejé que el sonido se extinguiera.
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