jueves, 7 de mayo de 2015

LA PERFORMANCE. Segunda parte. Capítulo 21.



-21-
Sábado: camino de Sevilla
  
   Hacía poco que habíamos subido al tren y el paisaje ya desfilaba a gran velocidad. Acomodada en una butaca ligeramente reclinada y con el reposapiés avanzado, me sentía realmente cómoda. La sensación de movimiento en el interior del vagón era mínima, hasta el punto de que si cerraba los ojos, la impresión de velocidad desaparecía. Nada que ver con los trenes rápidos de hacía no tantos años, que circulaban dando bandazos por aquellos raíles prehistóricos.
   Una vez viajé en uno de ellos. Debía tener doce años. Tío Julián tuvo que venir a Madrid a resolver un negocio y nos pidió que le acompañáramos. A mí me convenció fácilmente, dijo que me iba a comprar unas pinturas y un papel especiales que no vendían en Sevilla; más adelante descubriría que allí también los teníamos. Mi madre vino para protegerme de los peligros que acechaban en la gran ciudad, de los cuales no quiso darme explicación. Ni qué decir que regresamos sanos y salvos: mi tío con sus trámites resueltos, mi madre con un vestido nuevo que le sentaba fenomenal, y yo con unas recién descubiertas pinturas al pastel. Qué poco nos importaron entonces los bruscos vaivenes del tren, era lo que había.
   Tío Julián regresaba más emocionado por los regalos que nos compró que por su asunto y eso que aseguró había sido un éxito. Mientras esperábamos que lo resolviera, mamá y yo dimos una vuelta por los alrededores de la Puerta del Sol. Entramos en una tienda de modas en la que vio un precioso vestido esmeralda que le encantó. Estuvo mirándolo y remirándolo, hasta que la dependienta logró convencerla para que se lo probara. Le sentaba fenomenal y al verse en el espejo, se emocionó. El precio fue lo que la disuadió. Le dije que se lo podía comprar el tío, que él tenía mucho dinero, pero me dijo que ni se me ocurriera volver a mencionar el vestido. Fue más tarde, durante la compra de mis pinturas, vi el verde esmeralda que traía la caja y solté que era como el vestido que le gustaba a mamá. Salimos de la tienda con mis fabulosas pinturas y el papel especial –en aquel tiempo me vinieron de fábula para recrear una de mis visiones–, y con mamá enojada conmigo por el chivatazo, protestando de camino a la tienda de modas. Tío Julián le hizo probarse otra vez el vestido, dijo que le quedaba tan bien que tenía que comprárselo; un vestido que mamá usó desde entonces en ocasiones especiales.
   No era el mismo viaje de antaño. No me daba cabezazos por los traqueteos y si me levantara, no necesitaría echar mano al primer asidero que encontrara para no caerme. Hasta el paisaje había cambiado. Los páramos desolados, los árboles solitarios y las carreteras con diminutos coches a los que a veces sobrepasábamos, se habían convertido en una sucesión de bandas de colores. Velocidad. Me acordaba de cuando estudié el Futurismo, debió de ser Marinetti el que dijo que era más bello un coche de carreras que la Victoria de Samotracia. Estaba de acuerdo con él, las fotos que había visto de la escultura, aunque los entendidos en Arte Clásico dijeran que era algo sublime, a mí me dejaban un tanto indiferente. En cambio, algunos deportivos como el Lotus que se había comprado Felipe, eran verdaderas preciosidades, auténticas obras de Arte.
   Un paisaje reducido a una sucesión de bandas de colores cambiantes que desfilaban a toda velocidad. A los futuristas seguramente les habría encantado, pero a mí me parecía demasiado rectilíneo, lo mismo que le ocurriría a Zóbel; aunque abstraía todo paisaje que veía, entendía que la naturaleza estaba llena de curvas. Como motivo artístico, sería preferible montar en una montaña rusa y disfrutar de un sinfín de curvas enredadas. Curvas ondulantes y concéntricas, como las que tuve en la última visión; tenía que empezar a hacer bocetos antes de que se perdieran en algún recoveco de mi memoria.
   Cristina, risueña y ausente, también miraba por la ventana. No sabía qué pensaría de aquellas bandas de color, pero seguro que tampoco la seducían en exceso, porque todavía no había sacado su cuaderno de dibujo.
   Franja de color que el aerodinámico tren devoraba a toda velocidad, al final de la cual, me aguardaba mi pasado. Sevilla, la tierra que me vio nacer y en la que tuve las primeras visiones, que fueron las causantes de mi afición a la pintura. Al otro extremo, se desvanecía Madrid, la tierra que me veía crecer como artista y en la que las visiones se transformaban en una obra artística que me llevaría a ocupar un lugar entre los elegidos en el Olimpo del Arte.
   Avanzaba hacia el pasado y dejaba atrás el futuro, aunque sonara un tanto incongruente. El AVE se había convertido en un túnel del tiempo que me llevaba a toda velocidad hacia un pasado en el que me invadiría la nostalgia y me envolvería en los recuerdos. Al día siguiente, ese mismo túnel del tiempo, debería devolverme al futuro.
   El débil sonido de un timbre, de sobra conocido, me importunó. Deberían estar prohibidas las comunicaciones a través del tiempo.  
   –¿No lo coges? –dijo Cristina volviéndose hacia mí.
   Hacía tiempo que ella debía estar en Sevilla y el sonido la había hecho regresar.
   –Anoche comenzó mi periodo de descanso.
   Debí haber apagado el móvil, o mejor haberlo dejado en casa.
   –A lo mejor es tu madre.
   –Podría ser.
   Una llamada del pasado. Hice un esfuerzo y saqué el teléfono del bolso. Había momentos en que odiaba el dichoso cacharro. Mi pulgar hizo un esfuerzo y lo activó.
   –Es Interlocutor. Se lo dije, igual que a los de la Cadena; no estoy para nadie.
   –Espera –Cristina puso la mano sobre el teléfono–, no lo apagues. Es una llamada romántica –se sonrojó ligeramente.
   Le había contado lo sucedido y aunque le aseguré que sólo se trataba de una aventura, ella pensaba que había algo más profundo.
   –Como sea algo del trabajo, le cuelgo.
   Con cierta reticencia, pulsé el botón.
   –Hola Jaime –su nombre, aún sonaba extraño en mis labios. Nunca dejó de ser Interlocutor,
   –Hola Violeta. He soñado contigo.
   –Algo bonito, espero.
   –Paseábamos por una vereda en el bosque –tardó en contestar.
   –Es curioso, siempre nos hemos visto en tu despacho. Y qué más pasó…
   –No te cuento más. Es demasiado…
   –¿Atrevido? –le interrumpí.
   –Íntimo.
   –¿Más íntimo que lo de anoche? –había despertado mi curiosidad.
   –Sí.
   –Lástima que sólo fuera un sueño.
   –No me hubiera atrevido…
   –Pues ya ve que de un modo u otro, esas cosas siempre acaban muy, pero que muy húmedas…
   Sabía que estaba siendo mala, pero no pude reprimirme. Cristina me miró con los ojos como platos.
   –Sólo quería que supieras que he soñado contigo. Adiós.
   –Un beso.
   Aunque estuviera fuera de circulación, seguía provocando pasiones desatadas, en este caso poluciones, porque estaba segura de que eso era lo que había ocurrido.  
   –No deberías asustarle de esa manera. Jaime está loco por ti.
   –Lo sé, pero es mejor así. Sólo ha sido una aventura y ya ha terminado.
   Cristina se volvió hacia la ventana. Era una romántica.
   Había sucedido porque estaba eufórica, porque todo me iba muy bien, porque al fin y al cabo nadie se iba a enterar. Y no acabamos en la cama porque él era la segunda vez que se enamoraba, la primera que era correspondido y no necesitaba llegar tan lejos. Debí haberlo intentado, seguía llevando preservativos en el bolso, pese a que hubiera tenido que dejar mis aventuras. Me estaba volviendo una chica buena, tanto que hasta me daba pena de Interlocutor. Era su primera vez y me perdía. ¿Por qué tenía que preocuparme eso? Él no entraba en mis planes y para corroborarlo, había dicho: lástima que nos hayamos conocido cuando tu destino está sellado. Él lo había asumido el día anterior, aunque me saliera con que había soñado conmigo, aunque le costara olvidarme. Y para mí, ¿qué fue? Una aventura dichosa que remató un día feliz con una visión maravillosa, que corroboró la armonía que reinaba en mi vida y que me lanzaba hacia un futuro esperanzador…, porque era eso, ¿no?
   ¿Por qué había tenido entonces una visión tan feliz cuando estaba con él? Era como si dijera que Interlocutor y yo… y eso no podía ser. ¿Qué significaba? ¿Era o no era una visión? Estaba confundida, debió ser una ilusión, una fantasía, el cúmulo de trabajo de los últimos días reflejado en la euforia de acabar una fase y estar lista para la siguiente.
   Maldición, la dichosa llamada me había retraído al furgón de cola, devolviéndome al futuro. ¿Por qué habría cogido el teléfono?
   Tenía que olvidar, Interlocutor pertenecía a Madrid y yo me alejaba de allí a velocidad supersónica. Olvidaría todo lo referente a la capital y al futuro, mientras volaba a Sevilla, a encontrarme con mi pasado.


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