jueves, 25 de junio de 2015

LA PERFORMANCE. Tercera parte. Capítulo 6.



-6-
La huida

   Haciendo equilibrios al borde de la acera, mantenía el brazo en alto a la espera de que algún taxi se dignara detenerse. El tercero se enteró de que necesitaba sus servicios y se acercó. Abrí la puerta y me dejé caer en su interior. Le tuve que dar la dirección dos veces antes de que se pusiera en marcha.
   A pesar de haberme sentado, no era capaz de descansar. Mi cabeza estaba caliente y latía como un corazón desbocado, como si el vino se me hubiera subido de repente. Todo estaba oscuro y, para ver oscuridad, no me hacía falta mantener los ojos abiertos.
   ¿Qué iba a hacer? La oscuridad me perseguía desde hacía una semana. Las nubes se habían ido agrupando hasta convertirse en una masa negra que presagiaba una terrible tormenta. Los sueños y las visiones me advirtieron de este final, pero creí poder esquivarlo. Después vinieron los mensajeros de la oscuridad: los periodistas y el cura loco que me empujaron hacia el abismo. A última hora acudió Interlocutor, al que tampoco creí y fue demasiado tarde. Finalmente apareció un desconocido, alguien con el poder suficiente para desarmar a Piero y convertirlo en el último mensajero de la oscuridad. Demasiados indicios, demasiados avisos, la negrura venía tras de mí y pretendía absorberme. Mientras me quedaran fuerzas, intentaría esquivarla.
   Tenía que huir de esa aciaga negrura que se apoderaba de mí. Pensé en mi color. Violeta, era el violeta, si lo conseguía, esquivaría la oscuridad. Violeta, vislumbré un violeta muy oscuro, tenía que aclararlo, pero desapareció antes de conseguirlo.
   Calor, hacía mucho calor en el espacio tan reducido del taxi. El asiento se me pegaba al cuerpo y el aire que llegaba de la parte delantera era sofocante. Tenía que escapar de este encierro agobiante. Agarré el reposabrazos y busqué el botón para bajar la ventanilla, pero me resultó imposible encontrarlo a ciegas. Abrí los ojos a la penumbra sofocante, localicé el botón y bajé la ventanilla. La humareda de un camión se coló hasta dentro, me hizo toser y sentí aún más calor en el rostro.
   –Por favor, suba la ventanilla, que tengo el aire puesto –dijo el conductor.
   Otro mensajero de la oscuridad que pretendía hacerme creer que no hacía calor cuando el habitáculo ardía. No me quedaba más remedio que salir de allí. Me crucé el bolso, metí la mano en el tirador y empujé. La puerta crujió al dar contra el camión y salté del taxi en el momento que arrancaba. Aferrada a la puerta y sujetándome al techo con la otra mano, conseguí mantenerme en pie mientras el taxi se detenía.
   –¡Eh! ¿Se puede saber qué hace? –su grito llegó envuelto en pitidos de coches atrapados detrás del taxi.
   Quité la mano del maletero y me lancé hacia el capó del siguiente coche.
   –¡Alto! –la voz del taxista me seguía–. Me ha roto la puerta.
   Traté de huir lo más rápido posible de aquel mensajero oscuro que se empeñaba en seguirme y atravesé por delante del autobús, que hundió su gorda cabeza ante mí, increpándome con una pitada.
   –¡Tiene que pagar! –oí a lo lejos.
   Avancé por el costado del autobús, apoyándome en él, mientras una sombra de coches encadenados discurría a mi lado soltando pitidos. Cuando el autobús desapareció me quedé paralizada sobre una línea clara entre dos hileras en movimiento, haciendo equilibrios para no caer. Los pitidos continuaban. Una mancha de difusa claridad crecía, avanzando sobre la línea clara que yo ocupaba. La cabeza me iba a estallar con tanto ruido, con el chirrido creciente de la mancha enorme que se detuvo ante mí. Puse las manos sobre ella para no caer y una mano amenazante se balanceó.
   El tráfico se detuvo y por fin pude soltar la mancha amenazante y pasar la mano al vehículo de la izquierda. Tras de mí, sonó un ruido infernal y sentí el aliento de la mancha en la nuca. Logré alejarme y atravesar un par de filas sin más contratiempos, hasta llegar a un árbol al que me agarré. Antes de que lograra subir a la acera, me alcanzó una bocanada de humo y un oscuro sonido aulló en mis tímpanos. Iban a por mí. Había más oscuros de los que creía. Subí a la acera y llevé las manos a mis lacerados oídos, al hacerlo, perdí el equilibrio y caí al suelo. Alguien se agachó a mi lado y me ayudó a levantarme.
   –¿Se ha hecho daño? –me preguntó una voz de mujer.
   –En el costado.
   Era un dolor oscuro, como el que recibía a través de los mensajeros, entre los que se encontraban personas allegadas. No debí decírselo, no me podía fiar de nadie. Seguí andando hasta que me soltó.
   –¡Desagradecida! ­escuché a mis espaldas, avanzando como podía sin tener ningún apoyo.
   Mensajeros de la oscuridad, estaban todos contra mí.
   Si no hubiera acudido a la Cadena…
   Si no hubiera escuchado a Interlocutor…
   Si no hubiera hablado con Piero…
   No habría recibido el mensaje…
   Y el ser oscuro no habría detenido mi Performance…
   Avancé entre sombras, me abrí paso entre una muchedumbre empeñada en cerrarme el camino, apoyándome en ellos cuando perdía el equilibrio. Alguno de ellos me increpó y más de uno me llamó borracha. Se habían avisado y sabían que había bebido un par de copas de vino. Aunque tropezaran conmigo, me empujaran, e increparan, conseguiría salir de allí; aunque muy cansada, todavía no estaba vencida.
   Tropecé con un árbol en mi camino y pude detenerme a descansar. Aferrada a él me olvidé por un momento del gentío hostil. Si pudiera olvidar también el ruido… A la derecha se habría una calle solitaria, donde apenas se adentraban los oscuros y hacia ella me lancé. En cuanto sentí la pared bajo mis palmas, me sentí segura. Conforme avanzaba, descendía la sonoridad que aturdía mis tímpanos y resquebrajaba mi cabeza.   Encontré una entrada profunda, el acceso a un comercio olvidado. Al fondo había unos cartones y una manta. Un lugar sin oscuros, donde el ruido se convertía en murmullo. Entré y me senté sobre la manta, recostándome contra el cartón. Cerré los ojos e intenté descansar.
   La cabeza me latía dolorosamente. Todo era culpa de los oscuros. Tenía que buscar una solución, no podía permitir que me destrozaran la vida. Había soñado un futuro para mí y estaba trabajado duro para alcanzarlo. La Performance era el vehículo que me llevaba a ese futuro, sin ella estaba acabada. Lo sabían, por eso no me permitían seguir adelante.
   –¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaahhhhh! –lancé el grito, aunque con ello me explotara el cerebro. Las negras visiones no lograrían que lo dejara.
   La cabeza me ardía, los ojos estaban húmedos y a punto de derramarse. El primer reguero salobre llegó a mi boca y ya no se detuvo.
   Tenía que seguir adelante.
   Tenía que conseguir que se alejara de mí ese oscuro ser capaz de pararle los pies a Piero.
   Tenía que rezarle a María Santísima de la Estrella Coronada. Ella ahuyentaría a los oscuros y salvaría mi Performance.
   –Mi Estrella, ven a mí, necesito tu ayuda…
   Esperé entre las sombras su llegada.
   –Estrella…
   Seguí esperando y su luz no llegaba.
   –Mi Estrella…
   No me oía, mi voz no llegaba al otro lado de las brumas oscuras.
   –¡Estrella! –grité…
   Debía acudir a mí, envolverme en su manto de luz.
   –Estrella –susurré entre sollozos…
   Estaba sola, se había olvidado de mí.
   –Estrella –murmuré sabiendo que no acudiría…  
   Me había abandonado.
   Mis amigos también.
   Todos iban contra mí. Mis amigos, la Iglesia, la prensa, las televisiones y el Gobierno. Todos ellos estaban contra mí.
   Todo estaba oscuro, pero no siempre fue así. Una vez hubo retazos de luz. ¿Qué había hecho para sufrir así? Algo debí hacer mal en el pasado.
   Tuve una infancia feliz, pero entre la luz de mi amanecer había brumas oscuras que no quería reconocer. Mamá me lo dijo alguna vez, fui una niña caprichosa que siempre me salía con la mía.
   Quise el caballito mecedora y fue mío aunque ese mes comiéramos mal. En mi cabeza estalló un relámpago oscuro.
   Quise aquel móvil de lujo que sólo servía para llamar y el tío me lo regaló. Destellos de negrura.
   Quise venir a estudiar a Madrid, aunque para ello arrastrara conmigo a Cristina, aunque mi tío se viera obligado a comprar un piso y no reparara en gastos. Estalló otro relámpago.
   Quise ser la mejor artista y me empeñé en hacer la Performance más larga del mundo. Una andanada de truenos espantosos desató la tormenta en medio de una oscuridad total. Me tapé los oídos, pero no sirvió de nada, la tormenta estaba en mi interior, haciendo estallar mi cabeza con un trueno detrás de otro. Cuando creí que no lo resistiría más, la tormenta pareció alejarse, dejando el rescoldo de unos pocos relámpagos ciegos y ronroneantes que atrajeron la somnolencia a mi cuerpo agotado. El sueño me invadía, se adueñaba de mi voluntad.



   Una nube inmensa se dirigía hacia mí, oscura, misteriosa e inquietante. Cabalgando en el viento, avanzaba imparable, lanzando rayos que a duras penas podía esquivar. Finalmente logró acorralarme en un reducto rocoso y sólo entonces dejó de lanzarlos. A mis pies, la tierra quedó renegrida y con olor a chamuscado.
   Se abrieron sus entrañas y de ellas surgió un personaje siniestro y oscuro, cuya mirada resultaba turbadora. Era un político, lo reconocí por el uniforme. Detrás de él, aparecieron más y avanzaron hasta plantarse desafiantes al borde de la nube.
   Arrinconada como estaba contra la fría piedra, no tenía escapatoria. Eran muchos para luchar contra todos ellos, pero tenía que intentar algo, necesitaba ideas. Llevaba algunas en mi cabeza. La abrí y cogí unas pocas al azar. No quería perderlas, pero era lo único que tenía a mano, eso y la Performance. Cogí la idea más pobre y se la lancé con tal tino, que alcancé a uno de ellos y cayó fulminado. Enfurecidos, los demás políticos empezaron a removerse y antes de que pudieran salir de la nube, comencé a lanzar ideas sin pararme a ver si eran buenas o no.
   Empezaron a caer fulminados como idiotas y mis mejores ideas lograban alcanzar a varios a la vez, pero la nube seguía arrojando más y más políticos. Seguí arrojando una idea tras otra, incansable, hasta que se me agotaron. Había eliminado a muchos, pero seguían saliendo sin parar. Era el final, lo sabían y reían.
   El más espantoso de todos ellos, un político sucio y con la ropa raída fue el primero que se bajó de la nube y se acercó hasta mí. Rebusqué en mi cabeza, pero no quedaba una sola idea. Tan solo tenía la Performance que llevaba al hombro, pero esa no la iba a soltar, era mi salvoconducto hacia el futuro. Acercó su cabeza a la mía y con los ojos brillantes de codicia, abrió la boca mostrando una hilera de huecos entre dientes carcomidos. Olía a podrido y no tuve más remedio que taparme la nariz para no vomitar, cosa que aprovechó para extender el brazo y agarrar la Performance.  


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