viernes, 5 de junio de 2015

LA PERFORMANCE. Tercera parte. Capítulo 3.



-3-
Miércoles: segunda noche de bodas

   Acababa de llegar a la Cadena y me encontraba tan mal, que me dejé caer en una butaca del bar. Nina vino enseguida a atenderme. 
   –Hola Violeta –dejó un periódico sobre la mesa–. Tienes mala cara.
   –Me duele la cabeza.
   –¿No te has tomado nada?
   –Una aspirina, pero todavía no me había hecho efecto. Tráeme una tónica.
   –Mira en la página dieciocho –señaló el periódico–. Te alegrará el día.
   Nina se alejó. Intrigada, cogí el periódico.
   –¿Te traigo una aspirina? –se volvió.
   Negué con la cabeza. Abrí el periódico por la página que me dijo.
   EROTISMO EN LA PERFORMANCE.
   Me preguntaba qué es lo que ocurriría después de la boda. Después de ver el atuendo con el que celebraron la ceremonia, no creí que hicieran el tradicional viaje de novios a algún paraíso lejano. Pensaba más bien, que nos deleitarían con una travesía por la jungla tal vez con la ascensión de un ocho mil o pudiera ser que se alojaran en algún hotel submarino. Eso era lo que pensaba, y me quedé corto.
   Violeta Vera quiso ir más allá. No nos mostraría cómo Carlos y ella disfrutaban de unas vacaciones pagadas por la Cadena 13, le pareció demasiado anecdótico y banal. Decidió abrir la puerta de su dormitorio y enseñarnos lo que ocurría tras la misma. Lo hizo con todas las consecuencias, sabiendo que nos escandalizaríamos, que corría el peligro de que cambiáramos de canal y aún así tuvo la valentía de seguir adelante.
   La Performance acababa de dar un giro de ciento ochenta grados y los que tuvimos la osadía de sintonizar Cadena 13 a las ocho de la tarde, pudimos ver una extraordinaria película de animación erótica. Sublime es la palabra, hubiera sido ridículo tratarlo como pornografía.
   El cine erótico ha permanecido olvidado durante muchísimo tiempo. Animaría a otras cadenas a olvidar el porno duro y sin imaginación y seguir su ejemplo.
   No recibiría muchas más alabanzas como aquella. Era una gran noticia, pero las sienes me hacían boom, boom, boom y la noticia no logró arrancarme una sonrisa. Era la primera vez que me dolía y era horrible. Al despertar, llegué a pensar que me había dado un golpe en la cabeza.
   Nina volvió con la bebida y unos cuantos periódicos. Dejó todo sobre la mesa y se sentó a mi lado.
   –¿Se te pasa?
   Negué con la cabeza.
   –¿Segura que no quieres otra aspirina? Mi madre se las toma de dos en dos…
   Volví a negar.
   Dejó que me echara el azúcar, la removiera y diera un sorbo al café. Entonces, sin decir nada, cogió otro periódico, lo puso sobre el anterior y me señaló el artículo.
   –Mira éste –dijo muy bajito.
    Cadena 13 muestra escenas de sexo en horario de máxima audiencia.
…imágenes tan explícitas… documental de naturaleza humana… …nos muestra cómo se hace… …sólo nos queda ver al espermatozoide entrando en el óvulo…
   ¡Pues lo verían!, pero no como ellos se imaginaban. El artículo anterior y éste eran como el día y la noche, erotismo y pornografía. ¿Habían visto el mismo programa?
   Sonó el móvil y el dolor se agudizó. Lo saqué del bolso y miré quién era. Otra vez Interlocutor, me llamaba insistentemente y yo seguía obstinada en no contestarle. No quería interferencias. Tal vez el próximo día, ya vería. Ésta era la fase más dura de la Performance y quería hacerla de un tirón. Lo apagué, en la Cadena no lo necesitaba.
   Aparté el periódico y Nina me pasó el siguiente, abierto por la sección de religión. Un diario de derechas, claro.
   Pornografía en horario infantil.
   Imagínense a un niño inocente. Son las ocho  y diez de la tarde, ha acabado los deberes y conecta el televisor para ver si hay algún programa de dibujos. Empieza a pasar canales y lo encuentra. Qué colores más bonitos, se queda a mirar y entonces se da cuenta de que las imágenes muestran algo que no comprende y que le turba. Son imágenes pornográficas, camufladas en una animación, algo que sus ojos no deberían haber visto y que ahora quedarán grabadas en su cerebro.
   Me indignaba qué tergiversaran las cosas de esa manera. Los niños veían dibujos animados de violencia extrema y cualquier serie o película autorizada para todos los públicos contenía desnudos e inequívocas escenas de sexo. ¿Por qué no estaba cenando el niño y a punto de irse a la cama? ¿Dónde estaban sus padres que no controlaban lo que veía?
   Otra noticia decía que Radio Jesús colaboraba en la lucha contra la Performance recogiendo firmas y que ya llevaban quince mil. Qué imaginación. No sería por las que no conseguían delante de la Cadena.
   El dolor aumentó. Debía tranquilizarme y reírme de ello o no se me pasaría. Nada sería peor que lo que acaba de leer. Para comprobarlo, miré el artículo que me señalaba Nina. Decía que la Performance debería ser retirada. Y otro más, en el lado derecho, debajo de la visita del obispo a algún lugar, dentro del recuadro. Una manifestación contra la Performance. Partía de la iglesia del cura loco de San Blas y era a las doce.
   Todos en el mismo periódico y en la sección religiosa. La iglesia empezaba a moverse.
   –Siglos y siglos a remolque de los avances científicos y sociales, metiendo la pata sin parar y todavía no han aprendido.
   –Nadie les hará caso –dijo Nina.
   –Es publicidad gratuita para la Performance.
   No quería ver más. Me levanté para irme y fue como si la cabeza me estallara. Puse las manos sobre la mesa y Nina se asustó.
   –No es nada, se me pasará.
   Salí despacio de la cafetería, en dirección al despacho de Piero. Como rezaba el dicho: con la Iglesia hemos topado. Ya lo dijo Interlocutor, y había acertado. Hablaría con él a la noche. Llegué al despacho con el dolor más espantoso que hubiera podido imaginar. Si querían guerra, la iban a tener, empezando por la actuación del día… Sería la más salvaje de todas. Al llegar al despacho, me dejé caer en el sillón y cerré los ojos.



   Su voz me llegó envuelta en el sonido de las olas, se disculpaba por su comportamiento del día anterior y se mostraba solícito y tierno. Me costaba creer que se hubiera comportado de otro modo. ¿En qué me ofendió? Sus movimientos eran ondulantes y lentos, como el reflujo del agua al retirarse sobre la arena de la playa y le vino una erección en cuanto me vio desnuda. Sólo por eso, se lo perdonaba todo.
   El mar rompía contra el arrecife y el agua turquesa se derramaba con violencia sobre nuestros cuerpos desnudos. Sus caricias se volvieron bruscas y sus abrazos violentos, quería más y aún no estaba dispuesta a dárselo. Me escurrí de sus brazos y corrí a esconderme en un recoveco.
   Me encontró. En su interior la sangre fluía a borbotones, recorriendo a toda velocidad los conductos, aumentando la presión en las cañerías que amenazaban con reventar el grifo cerrado. Me acorraló e intentaría aliviarse desaguando en mí. Yo era escurridiza como un pez y escapé de mi captor por segunda vez esquivándole en el último momento.
   Corriendo tras de mí, no vio llegar la ola y le derribó. Quedó paralizado por la sorpresa, y aproveché para saltar sobre él e inmovilizarle. Quiso gritar y lo evité tapando su boca con la mía. Él seguía con aquel sufrimiento, su espada estaba lista para el combate y sus ojos de loco me pedían guerra. Si así lo quería…
   Me dispuse a atacar  sabiendo que era el más fuerte, pero yo más hábil. Abrí los muslos, animándole a atacar. Aún inmovilizado, lanzó su espada contra mí sin conseguir nada. Me burlé de él y volvió a intentarlo. Esta vez fui yo la sorprendida por la ola que nos engulló y las tornas cambiaron. Él me tenía a su merced y reía. Prolongaba mi agonía y yo desesperaba. Sólo entonces se decidió a clavar su espada y recibí una estocada certera, profunda.
   Su alegría fue salvaje y quiso volver a repetir la hazaña. En el fragor del oleaje, jadeando, respirando bocanadas cuando era posible, retuve el arma contra su voluntad. Quería sacarla y volver a hundirla en la herida infligida, herir y volver a herir. Mis muslos aflojaron la presa despacio y la apresaron de nuevo antes de que lograra sacarla, al ritmo marcado por el batir de las olas. Le hacía sufrir, lo veía en su rostro.
   Venganza, por lo que fuera que me hizo ayer. Una ola terrible nos hizo rodar, alejándonos de la roca. Aproveché para desequilibrarle y quedar sobre él. Le apresé entre mis muslos, le inmovilicé con mis brazos y con mis labios le impedí gritar. El cazador había sido cazado.
    Su vaina enhiesta se revolvió, intentando abandonar su encierro. Me erguí sin dejar de sujetar a mi presa y la enterré en el fondo. Había ganado, su arma era mía y jugaría con ella a mi antojo. Flujo y reflujo, turquesas ondulando, la tempestad amainaba por momentos. Le hacía creer que le liberaba y volvía a encerrarlo.
   Sus ojos profundos, de reflejo turquesa, reflejaban la rabia contenida de una situación que escapaba a su control. Sentí piedad y aunque le supiera vencido, le dejé presentar su última batalla. Aproveché la ola y fingiendo que me desequilibraba, aflojé la presa y le dejé retirar su arma casi por completo. El guerrero vencido quiso morir luchando y atacó con renovado vigor. En medio del fragor de las olas y de los azules profundos de las oscuridades abisales, clavó sin piedad su espada una y otra vez, le dejaba sacarla y la aprisionaba de nuevo, así una y otra vez.
   En el fragor de la tormenta, libramos nuestro último combate, llegando al éxtasis final de una batalla sin vencedor ni vencido. Gorgoteo, líquido derramándose, la estalactita alimentando a la estalagmita…
  


   El aire acarició mi espalda mojada, me hizo tiritar. Soplaba cada vez más fuerte, me secó en un momento. Sentía frío, le abracé. Un frío intenso, me apreté contra él. El viento se burlaba de mí, metiéndose por cualquier recoveco que encontraba libre. Me revolví intentando tapar cada rincón, siempre encontraba una fisura por la que colarse.
   Me aferraba a él con fuerza y desesperación, el viento arremetía con más fuera contra nosotros. Encontraba una fisura entre nuestros cuerpos enlazados y por ella embestía con una fuerza endiablada. Me aferré con desesperación, el viento le arrancó de mi lado.
   El maldito viento se llevó al que había plantado la semilla en mí. También se llevó la luz. Me quedé sola. La oscuridad creció, me rodeo, se adueñó del lugar. En las insondables tinieblas aparecieron extraños seres acuáticos de luminiscencia purpúrea. Dieron vueltas a mi alrededor, me observaron como riéndose de mí. Alguno se acercó más de la cuenta, le di un manotazo. Se envolvieron en la oscuridad, me fue difícil distinguirlos, si acaso por alguna mota todavía luminosa en medio de la negrura. Otro manotazo y desapareció.
   No hubo más destellos, no lo vi llegar y fue demasiado tarde. El destello de una hilera de dientes afilados, una negrura infinita. La boca me engulló. Caí, caí, caí envuelta en tinieblas. Algo agarró mi mano, detuvo mi caída. Algo cálido, suave.
   Un aura azulada se abría paso en la negrura. Había una mano sobre la mía, la que me había salvado. Más allá, oscuridad. No la soltaría, no volvería a caer en las fauces de la criatura abisal.  
   –Ha despertado –dijo la mano.
   En la nebulosa azulada, un halo de oscuridad. Volvía. Apreté la mano, no me iba a soltar. Dentro del halo de oscuridad, un óvalo luminoso. En él, dos círculos, dos ojos.
   –Estrella…
   Nuestra Señora había venido a salvarme. Puso su mano en mi frente. Supe que estaba a salvo del viento, de la oscuridad, de las criaturas abisales. Acercó el rostro, los rizos oscuros rozaron mi mejilla.
   –¿Cómo te encuentras?
   Ella debería saberlo. Su voz, la había oído antes y ese rostro, no era el suyo.  
   –¿Esmeralda? –pregunté desconcertada, dudando todavía que fuera ella.
   –Sí, soy yo.
   Se acercó un hombre, me sonaba su cara, pero no sabía quién era. Tomó mi muñeca, la retuvo entre sus dedos. Después escrutó mis ojos, me levantó los párpados.
   –¿Te duele la cabeza?
   Estaba cansada. Sentía molestias entre los muslos.
   –No… ¿por qué me iba a doler?
   –Te sentirás un poco descolocada, pero se te pasará.
   Entonces recordé. Él, me había puesto una inyección, para el dolor… de cabeza. Ya no me dolía.
    –¿Podemos empezar a rodar?
    –Ya lo hemos hecho –dijo Esmeralda.
   No era verdad. No recordaba haberlo hecho, no recordaba nada después de la inyección.
    –Deben ser los efectos secundarios –dijo el de la inyección–. Tuve que ponerte una dosis muy alta.
   Me incorporé. Estaba desnuda, estaba en el cubo. Una sábana, me cubría hasta la cintura. A lo mejor si… Carlos estaba tumbado a mi lado, serio. Tenía un bulto.
   –Estás muy gracioso.
   Tenía el mástil erguido, cubierto por la sábana. No me contestó.
   –¿Le va a durar mucho? –pregunté al médico.
   –Si no le baja pronto, tendré que intervenir.
   Me dio un escalofrío. Un bisturí pinchando una vena, sangre manando…
   –Mi ropa –tenía que salir de allí.
   Esmeralda me la acercó. Seguía cansada y me ayudó a vestirme. Carlos seguía enarbolado. Le tendría que pinchar.
   –Dejadme con él.
   Se alejaron. Me eché a su lado, puse una mano en su pecho.
   –No quería fallar de nuevo –me dijo–. Has estado maravillosa. Me has dejado seco, y aún así –señaló su espada–, no da muestras de querer menguar.
   –Es extraño. No recuerdo nada.
   –Nos han drogado. A ti te ha dejado desmemoriada y a mí con esto. Duele.
   –Lo mío –miré debajo de las sábanas–, no se ve. Si quieres que te ayude… –extendí la mano.
   Me detuvo y rió con ganas.
   –Es por la droga. Ahí dentro no puede quedar nada –me besó–. No te preocupes por mí, al final tendrá que pincharme.
   Me daba mucha pena. Nos habían drogado, a él le dolía, a mí no… Me dolió, la cabeza, pero ya no. Me dolió al despertar, y me puso una inyección de algo que no recordaba.
   Si la grabación había acabado, tenía que verla.
   –Carlos, te voy a tener que dejar. Tengo trabajo.
   –Anda, ve. Así sabrás por qué éste anda todavía con ganas.
   Salí cansada del estudio P-1. Qué me habría metido en el cuerpo, sin duda algo muy fuerte para que se pasara el dolor de cabeza. Había sufrido un terrible y espantoso dolor. No debía haber nada peor que eso. Era la primera vez que tenía uno y esperaba que fuera la última. Continué camino de la sala de montaje. Me molestaba al andar. Tendría que decirle al médico que me diera algo para aliviarme. ¿Qué me había hecho Carlos?
   Estaban pasando la grabación. Los técnicos andaban pendientes de los controles y de vez en cuando hacían algún comentario. Pelos se volvió.
   –La cámara tres no está dando buenas imágenes. Eugenio, busca las escenas que valgan y déjalas marcadas –era el más joven de los cinco y allí estaba dirigiendo el cotarro con decisión.
   Dejó su puesto y vino hacia mí.
   –¿Cómo te encuentras?
   –Bien.
   –Me asusté cuando vi que no te movías. Carlos te zarandeó. Parecías dormida.
   –Debió darme algo muy fuerte para el dolor, tanto, que no recuerdo nada de lo sucedido.
   –Vamos a verlo a tu despacho. Aquí hay mucho trabajo, las escenas de hoy son más complicadas de manejar. 
    Se fue a decir algo a sus compañeros, cogió su disco duro y nos fuimos.
   –Por cierto, Esmeralda quería decirte algo. ¿Le digo que venga?
   –Vale.
   Esperé sentada en el despacho. Cansada y escocida. ¿Qué me habían hecho? Iba a necesitar algo más que la ayuda del médico para volver al trabajo al día siguiente. Cogí el teléfono para localizarle cuando oí la puerta. Colgué. Entraron Esmeralda y Pelos. Ella se acercó a abrazarme.
   –¿Cómo te encuentras?
   –Cansada. Necesito algo para reponerme y –bajé la voz–, me molesta al andar –señalé la zona. Tengo que hablar con el médico.
   –Luego te doy una pomada. De lo otro, nada que no se arregle con una buena comida.
   Pelos había conectado el disco duro al reproductor y encendido la pantalla.
   –Chicas, ¿listas?
   –Sí –dijimos al unísono.
   El cubo. Luces frías, el mar. Luces cálidas, la playa. Sonidos de oleaje, de olas rompiendo, de agua retirándose. Carlos y yo avanzábamos hacia el cubo. Yo ausente y él, con la vara por delante.
   Eso era lo que aparecía en la pantalla, pero yo empecé a ver el mar en calma y el cubo varado en la playa. La marea subiendo, el cubo a la deriva, sus colores se mimetizaban con los de un mar alborotado. Olas enormes, meciendo a una pareja de enamorados, arrastrándoles hacia el farallón rocoso. Mar violenta luchando contra las rocas. Cada momento perfectamente sincronizado con nuestra actuación. Carlos impetuoso y ardiente por su erección forzada, era como el mar embravecido. Violeta, calma y quietud en su estado de sedación, representaba la mar en calma. Lucha de contrarios y equilibrio de fuerzas. La grabación me ayudaba a recordar.
   Así lo soñaba, así lo veía, y así quedaría después de que trabajáramos esas imágenes. Había jugado con él. Se mostró salvaje y huí, me aferró y le retuve, desesperó y me sometí a su voluntad. ¿Cómo había conseguido que tuviéramos una actuación tan buena en ese estado de ausencia?
   –Magistral –dijo Pelos–. Violeta, ha sido tu mejor actuación.
   Como siempre, Pelos había llenado páginas de notas sin dejar de mirar la pantalla. Yo no tenía nada más que recuerdos.
   –Si algún día quieres dedicarte al cine erótico –intervino Esmeralda–, llámame. Podrías ser guionista, actriz, vete a saber todo lo que serías capaz de hacer.
   –Lo tendré en cuenta, pero no creo que tal cosa suceda.
   –Hay algo que me preocupa –Esmeralda se mordió el labio.
   –¿Qué es?
   –Que no tengamos grabada la sesión que nos falta.
   –¿Por qué? –preguntó Pelos.
   –La de hoy es tan buena, que podría eclipsarla. Si la tuviéramos, podrías ver cuál es mejor y elegir el orden de emisión.
   Movió la cabeza. Sus rizos se alborotaron. Esos rizos que fueron la primera caricia al despertar. Su forma pausada de hablar que te envolvía y luego estaba la gracia de sus movimientos: erotismo inocente y perturbador. Si me gustaba hasta a mí, ¿cómo estaría Piero? Lo podía imaginar, estaría como loco por tener una aventura. ¿Y qué me acababa de decir su voz angelical?
   –Perdona. Creo que todavía no estoy bien. ¿De qué hablábamos?
   –De tu maravillosa actuación –estaba seductora–, será difícil de superar.
   ¿Era la medicación la que me hacía verla así?
   –Puede que sí, pero los momentos culminantes no siempre coinciden con el final.
   –De todos modos, si fueran más flojos, cosa que no creo –dijo Pelos–, siempre podemos reforzarlos en la animación.
   –Es una posibilidad. Ya he visto lo que sois capaces de hacer –dijo Esmeralda.
   No tenía ganas de tomar decisiones, ni siquiera de ponerme a ver el resto de las tomas. Necesitaba un descanso.
  –¿Os importaría tomar las riendas del trabajo de hoy? Creo que debería irme a casa a descansar.
   –Sabes que no hay ningún problema –dijo Pelos.
   –Puedes dejarlo en nuestras manos –Esmeralda mostró su seductora sonrisa–. Pero deja que te acompañe, tengo una cosa para ti –me guiñó el ojo. Tras los primeros pasos, recordé a qué se refería.


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