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Viernes: la conjura
–Carlos, prométeme que no volveremos a tomar
drogas.
–Te lo prometo –cogió mi mano. Él parecía
encontrarse perfectamente.
El médico me había advertido del cansancio,
no así de la somnolencia y menos de esa especie de alucinación visual de nívea
blancura que me hacía percibir el entorno como una foto solarizada. No quise
coger las pastillas que me ofrecía, bastante tuve con lo que me inyectó, debía ser
algún tipo de viagra para frígidas, porque después de haber hecho el amor ante
las cámaras, en vez de abandonar el cubo, volvimos a empezar como si nunca lo
hubiéramos hecho; como dos animales en celo.
Cerré los ojos. No podía mantenerlos
entornados, había demasiada claridad; si hasta la pared de hormigón del
despacho de Piero me parecía blanca. Blancura ártica. La sensación comenzó al
salir de casa, cuando vi aquel grupo de manifestantes ataviados con túnicas
blancas, portando pancartas blancas, que acaparaban la atención de los
periodistas. Parecían irradiar luz, como si estuviera viviendo una experiencia
mística, que lejos de desaparecer, dejó una impresión de claridad en mis
retinas. Seguía con ella y se acentuó al descubrir a sus clónicos rezando de
rodillas ante la sede de Cadena 13. Blanco de plata, blanco de zinc, blanco de
titanio; reconocía toda una gama de blancos, como si fuera una esquimal.
Manifestantes uniformados de blanco,
ordenados y disciplinados como un ejército de salvación; la perfección de sus
acciones delataban su falsa pureza. Había resultado muy teatral, una
Performance surgida para replicar a la mía, la Contraperformance. Eso me
llevaba a recordar una tarde en el Espacio de Arte Experimental, parecía que
hubieran pasado años. Blanco mate y blanco brillante, exceso de blanco en un
pasillo agobiante, la antesala de una actuación que me llevaría a pensar en una
Performance a escala nacional que se prolongaría durante meses…
Llevábamos un buen rato apoltronados en la
butaca y como no llegaran pronto, me iba a dormir. Teníamos una reunión para tratar
los detalles de la próxima semana. Carlos y yo viviríamos en el caserón de
Piero. No habría más grabaciones eróticas, sólo escenas cotidianas y mucho
arte, el que mostraríamos a nuestro hijo.
–Violeta –Carlos me sacudió el hombro–, ya
vienen.
Abrí los ojos a la hiriente luz. Me había quedado
traspuesta.
–Siento el retraso –dijo Piero.
Le acompañaba Interlocutor, al que no sabía
que hubiera invitado. Faltaba Esmeralda. En tres días me había acostumbrado a
su presencia y la echaba de menos. También faltaba Pelos.
–¿No viene Ben?
–Se ha quedado preparando algo de un
programa para las cámaras del salón –dijo Piero–. He aplazado la reunión y… Carlos,
me temo que tengo que pedirte que nos dejes. No creo que tardemos mucho.
Soltó mi mano, se levantó y fue hacia la
puerta.
–Estaré en el bar.
–Te avisaré cuando acabemos –Piero cerró la
puerta, algo que no solía hacer.
Interlocutor se acercó a la butaca y se
sentó frente a mí, colocando la cartera sobre sus piernas. Llevaba su nuevo
traje gris cálido, a juego con su renacida mirada.
–Pareces cansada.
–Me molesta la luz. Efectos secundarios de
la medicación que me dio ayer el médico.
Se quedó extrañado pero no preguntó. Abrió
su cartera, sacó unas gafas de sol y me las dio.
–Gracias –al ponérmelas desapareció la
incómoda solarización.
Sacó un disco sin dejar de mirarme, cerró la
cartera y la puso en el suelo. Piero se acercó hasta nosotros y entonces apartó
los ojos.
–Me temo que antes de hablar del futuro
–Piero se dirigió a mí–, tengamos que hacerlo del presente.
Interlocutor le dio el disco. Piero lo cogió
y se acercó al televisor, cosa que Jaime aprovechó para fijar sus ojos en mí. Había
pasado una semana y aún me echaba de menos, me lo dijo por teléfono. Él era una
persona sensata y sabía que nuestra aventura no tenía futuro, ¿por qué insistía
entonces?, ¿acaso tenía también algún tipo de visiones? Después de meter el deuvedé
en el reproductor, Piero cogió el mando y se volvió. Jaime desvió la mirada
hacia él, que fue a sentarse en la butaca que quedaba de frente al televisor.
–El
estreno de la Performance –dijo Piero–, fue un estímulo para Cadena 13. No hemos
dejado de ganar adeptos desde entonces –en la pantalla apareció un gráfico–.
Fijaos, la última subida es casi vertical, corresponde a los tres últimos días.
Según el analista, a partir de este momento –saltó al siguiente gráfico–,
descenderá para estabilizarse en los niveles de hace dos semanas.
–Sabíamos que era imposible mantener el
nivel actual –apoyé las manos a ambos lados del cuerpo y me estiré. El blanco había
desaparecido tras los cristales oscuros, pero el sueño aumentaba mirando la
pantalla–, pero si se mantuviera el de hace dos semanas, estaría contentísima.
Piero asintió con una sonrisa y pulsó un
botón en el mando a distancia. En la pantalla aparecieron titulares de prensa
de diferentes periódicos, todos ellos favorables a la Performance. Dejó que los
leyéramos antes de pasar a la siguiente imagen. Esta vez eran críticas
desfavorables, aparecía el titular y la fecha correspondiente; estaban
ordenados cronológicamente. Avanzó la imagen y nos encontramos con frases cada
vez más desagradables en las que el denominador común era la pornografía.
–Hasta hace muy poco –dijo Piero–, todo esto
jugaba a nuestro favor, era publicidad gratuita. Pasemos ahora a las noticias de
actualidad.
Su pulgar presionó el mando. En pantalla
apareció la explanada de acceso a Cadena 13, tomada por una multitud de manifestantes
vestidos con túnicas y portando pancartas en contra de la Performance. Obedeciendo
a una orden que nadie dio, las dejaron en el suelo, se arrodillaron y empezaron
a rezar en voz alta. Eran imágenes del día.
–Estaba ensayado –dije.
–Cierto –dijo Interlocutor. Estaba muy
serio.
La siguiente imagen era otro titular.
Hoy
viernes a las doce y media, Radio Jesús elevará al Gobierno una queja contra la
Performance por atentar contra la moralidad. Estará respaldada por las diez mil
firmas obtenidas.
–Así parecen estar las cosas –Piero se
encogió de hombros–. Violeta, he estado hablando con Jaime, por eso hemos
llegado tarde. Él tiene una visión interesante –se volvió hacia él–… y ciertamente
preocupante. Al parecer he sido demasiado optimista y dice que sólo he visto
sólo la punta del iceberg. Él sin embargo, ha tratado de mirar bajo el agua y
adivinar su tamaño real. Cuéntaselo tú, Jaime.
Interlocutor se levantó, dio unos pasos
hacia la mesa de Piero y se volvió hacia nosotros. No debía encontrarse cómodo
sin la protección del mueble.
–Estamos viendo la Performance desde dentro
y deberíamos hacerlo también desde el exterior. Antes del lunes, algún
periódico habrá lanzado una noticia parecida a esta: fuentes fidedignas
aseguran que el Gobierno estudia tomar medidas contra la Performance.
Un resorte saltó dentro de mí y la modorra
desapareció como si me hubieran puesto el antídoto.
–¿Quieres decir –intervine–, que los
políticos quieren decidir lo que debemos o no debemos hacer?
–Antes de llegar a ese punto –continuó–, me
gustaría contarles lo que hay bajo la superficie del iceberg –le veía
diferente. Él nunca había adornado sus discursos, al contrario era escueto a
más no poder–. Hace poco tiempo, algunas cadenas de televisión se vieron
afectadas por la llegada de Cadena 13, que se permitió el lujo de emitir más
programas culturales y películas que las demás, y menos anuncios que nadie. Creó
un nuevo programa –en ese instante clavó sus ojos en los míos–, la Performance,
que hizo que el público se fijara en ella y la audiencia subió como la espuma.
Volvió a pasearse. Rodeó la mesa y se apoyó
en ella.
–Las cadenas afectadas se reunieron y llegaron
a un acuerdo: boicotear a Cadena 13 para recuperar su parcela de audiencia. Estas
empresas no son independientes, todas ellas pertenecen a un grupo. Entonces, para
evitar sospechas, utilizaron sus periódicos para comenzar a sabotearnos.
Érase una vez una cadena… Nuestras reuniones
nunca fueron tan amenas. ¿De dónde le venía la inspiración? Se sentó a la mesa
de Piero, como si estuviera en su despacho.
–El comienzo fue sencillo, sólo había que ir
minando la confianza del público. Después, no resultaría sospechoso que las
cadenas empezaran a emitir imágenes. Pero antes de llegar a ello, encontraron a
un aliado inesperado: el cura de San Blas, un pobre desequilibrado al que sus superiores
no prestaron atención hasta que se dieron cuenta que les podía ser útil. Atacando
a la Performance, alertarían sobre la falta de moralidad de una sociedad
materialista y recordarían que la Iglesia estaba ahí para guiarles. Ahí la
tenemos, a las puertas de Cadena 13, haciéndose publicidad.
–Un detalle importante –intervino Piero–, es
que alguna televisiones, se han instalado delante de nuestra emisora antes de
que llegaran los manifestantes.
–Ahí lo tiene –contestó Interlocutor–.
Sabían que iban a llegar porque son los instigadores, aunque la televisión nos
hará creer que ellos sólo cubren la noticia y es la Iglesia la que va contra la
Performance –cogió un bolígrafo de la mesa y lo reubicó, como si la emoción de
su discurso no le dejara ver dónde se hallaba–. Radio Jesús, una emisora de la
Iglesia, presentará su protesta con las firmas. Lo suyo sería que no les tomaran
en serio, pero las cadenas de televisión actuarán en la sombra, recordando al
Gobierno quién le da su apoyo y pidiéndole que elimine la Performance.
–Cadena 13 no se ha identificado con ningún
grupo político, ¿no es así, Piero? –Interlocutor estaba logrando asustarme,
aunque supiera que lo que contaba era una especulación.
–Si no estás con ellos, consideran que estás
contra ellos –me contestó alzando los hombros.
–Suena un poco drástico.
–Apocalíptico –Piero
entrelazó las manos, haciendo girar los pulgares.
–Lo parece –continuó Interlocutor–, pero si
eliminaran la Performance, la credibilidad de Cadena 13 quedaría en entredicho,
perdería espectadores y acabaría desapareciendo. Las otras cadenas saldrían
fortalecidas, la Iglesia volvería a ser la referencia moral del país y el
Gobierno… seguiría contando con determinados apoyos, en definitiva un montón de
votos –se mostraba satisfecho por su disertación y se quedó sentado a la mesa
como si fuera la de su despacho.
Interlocutor estaba preocupado y había logrado contagiarnos, pero de ahí
a que fuera a desaparecer la Performance y tras ella Cadena 13… Además, él
siempre presentaba sus informes y las pruebas sobre papel y esta vez no había
nada, se movía en un plano teórico emitiendo juicios sobre probabilidades. Hasta
el momento sólo existían críticas adversas y no había ninguna conjura, aunque
nos hubiéramos quedado callados como si aquella remota posibilidad fuera a
convertirse en realidad.
Era una extraña mañana. Resaca de viagra,
cansancio y alucinaciones blancas. Necesitaba despejarme. Me levanté, caminé
hacia la mesa y me quité las gafas.
–Si las cosas llegaran a ponerse como dices
que llegarán a estar –en sus ojos grises no hubo atisbo de blancura–, ¿qué
posibilidades tenemos?
–Muy pocas –respondió con una mirada triste.
Tuve que apoyarme en la mesa. Un velo de
oscuridad nubló mis ojos antes de que llegara a ponerme las gafas.
–Pondré a mis abogados a trabajar en ello –sonaron
los pasos de Piero acercándose–. Necesitamos
una idea, algo que nos sirva para neutralizar el ataque.
Por si fueran pocas las visiones negras que
sufría, Interlocutor me transmitía sus negros pensamientos. En el ambiente
flotaba un enorme nubarrón y estaba segura que como siempre, pasaría. A
Interlocutor le gustaba tener todo controlado y por eso se ponía en el peor de
los casos. A Piero no le veía tan pesimista y quería saber lo que pensaba
realmente después de haber hablado con sus abogados. Conseguí que me hiciera un
hueco en su apretada agenda del día: a las cuatro de la tarde en la cafetería
de la cadena. Cualquiera diría que estaba ocupado, se tomaba las cosas con una
tranquilidad que parecía que nunca tuviera nada que hacer.
Llegué un poco antes de la hora y me senté a
esperarle junto al ventanal, su lugar favorito. Pedí un café solo. Ya no tenía la
sensación de claridad, pero seguía cansada y tenía que hacer esfuerzos para no
dormirme. Piero llegó diez minutos tarde, avanzando raudo sobre sus deportivas
azules y se sentó en la butaca que había a mi derecha.
–Lo siento, Violeta. Me han entretenido los
abogados.
Nina se acercó por el lado de Piero.
–Me has tenido olvidada estos últimos días
–puso una mano en su hombro–. ¿Acaso no has venido a trabajar?
–Una vieja amiga ha venido a verme y he
tenido que atenderla.
Nina retiró bruscamente la mano.
–¿Qué te traigo? –se había puesto seria.
–Mi vino favorito.
–Creo que hoy te acompañaré.
Nina se alejó y Piero rió. Le debía hacer
gracia que se pusiera celosa. Qué complicado era todo.
–Tú dirás.
–Piero, yo no entiendo mucho de política,
pero si un político roba y no tiene que devolver el dinero, me parece muy
difícil que puedan obligarnos a detener la Performance.
–Violeta, no te preocupes de las cosas hasta
que no sucedan. Si no meten mano al que roba, es porque tiene conocimiento de
los chanchullos de los demás y amenaza con hablar.
–¿Exagera Jaime? –era la pregunta que temía
hacer.
Jaime trabajaba para mí y podía parecer que
no confiaba en él. Piero se encogió de hombros y cruzó las piernas, dejando ver
la suela naranja de sus deportivas espectaculares.
–No lo sé.
Aquello sonó negrísimo. Era la segunda
persona que me transmitía sus negras impresiones. En ese momento apareció Nina con
la botella descorchada y dos copas y las dejó sobre la mesa.
–Aquí tenéis –se dirigió a mí antes de
marcharse.
Piero sirvió el vino. Cogió la copa y la
levantó.
–Vamos a brindar por la gente honrada.
Levanté la mía y las chocamos. Piero miró su
copa a contraluz y le imité. Era un líquido oscuro y denso, como los últimos
acontecimientos, pero había destellos rojos abriéndose paso en la oscuridad. Eran
como un soplo de esperanza abriéndose paso a través del pesimismo. Bebió y bebí.
–Esto no me habría pasado hace unos años
–siguió mirando la copa a través de sus gafas azuladas–… Era como ellos.
–Como…
¿los políticos?
Esbozó una sonrisa antes de contestar.
–Nadie se hace rico honradamente –ignoró mi
pregunta–, y yo lo era antes de cumplir los treinta. A los cuarenta, me
resultaba tan sencillo seguir haciendo dinero que empezó a aburrirme. Decidí
darme una tregua y empezar a disfrutar de mi fortuna, para entonces tenía
cuarenta y cinco –dio un sorbo de vino–. Yo venía del periodismo y nunca hasta
entonces había prestado atención a la televisión. Empecé a verla después de
cenar y la curiosidad me llevó a indagar por los diferentes canales. Me
sorprendió que un medio de masas tan popular y con tanta competencia pudiera
ser tan malo.
Hizo un alto para chocar su copa con la mía
y beber.
–Telediarios. Unas noticias se expandían por
capítulos mientras que otras eran soltadas de carrerilla, resultando difícil
saber dónde acababa una y empezaba otra. Deportes. Sólo fútbol, en el que
cabían hasta los cotilleos; los demás deportes no existían. El tiempo. Tras
quince minutos de anuncios, el locutor se atragantaba porque no le daban tiempo
suficiente. Cine. La película empezaba con un cuarto de hora de retraso y tenía
tal cantidad de cortes publicitarios que era imposible verla. Anuncios. Eran
tantos y los ponían tan altos, que dejaba de prestar atención y acababa
quitando el volumen.
Acabó su copa y se sirvió otra.
–¿Te sirvo? –negué con la cabeza–. Me
pareció tan deprimente, que decidí montar mi propia cadena de televisión. Era
la primera vez que creaba una empresa sin pensar en ganar dinero.
Dio un sorbo y yo apuré mi copa.
–Te hiciste honrado.
Cogió la botella y acerqué mi copa. La llenó
casi hasta arriba y rellenó la suya.
–Algo así –bebió–. No pensaba en los
beneficios, sólo en hacerlo lo mejor posible y claro, fue un fracaso económico.
Tuve que invertir más dinero en ella y empezar a pensar en los beneficios, si
no quería pasar mi vejez en la indigencia. En ese momento, Jaime contactó
conmigo para ofrecerme tu Performance. Dudé, porque era muy atrevida, pero a
diferencia de otros realitis, era artística; eso es lo que me hizo decidirme
–levantó su copa–. Brindo por la salvadora de Cadena 13.
Me emocionó. Levanté mi copa y las chocamos.
Yo nunca lo había visto así, más bien al revés.
–Gracias –di un sorbo–. ¿Por qué la llamaste
Cadena 13?
–Oh, eso. Una vez estuve alojado en la
planta catorce de un hotel. Cogí el ascensor y al pulsar el botón vi que faltaba
el trece. Esa debería haber sido mi planta, en realidad lo era y no tuve
ninguna mala suerte –bebió un poco más–. No tenía miedo a ser honrado y tampoco
a montar la cadena, por eso la llamé trece.
–Brindemos por el trece –acerqué mi copa a
la suya y las chocamos con ímpetu. Creí que se rompería, pero no lo hizo.
–Por el trece –Piero apuró el contenido de
un trago. Qué importaba, estaba todo tan negro, que también lo hice, aunque me
sintiera un poco mareada.
Cogió la botella y nos sirvió. Sonó su
móvil. Dejó la botella y lo sacó del bolsillo del pantalón.
–Perdona –se lo puso en la oreja–. ¿Sí?
¿Quién?
Piero se limitó a escuchar. Levantó la mano
y la llevó a las gafas. Se las quitó y las tuvo un rato en la mano. Entornó los
ojos y a medida que pasaba el tiempo, se fue poniendo lívido. Dejó las gafas
sobre la mesa y se pasó la mano por la frente. Al otro lado del teléfono,
alguien seguía hablando, pero yo no entendía lo que decía. Al cabo de un rato, dejé
de oír el murmullo. Piero apagó el teléfono y lo dejó sobre la mesa junto a las
gafas. Se quedó mirando la copa y al cabo de un rato la cogió, se la acercó a
los labios y volvió a dejarla sin apartar la mirada de ella. Así pasaron unos
minutos, en los cuales no me atreví a intervenir. Después se volvió hacia mí.
–Lo siento, Violeta. Todo ha terminado.
Algo estalló en mi cabeza. Fue un fogonazo
sangriento surgido en el centro de la negrura, expandiéndose zigzagueante en
todas direcciones. Mi cuerpo tembló, de pies a cabeza y al instante siguiente, tiritaba
en presencia de las siniestras manchas negras diseminadas sobre la superficie
roja cual mar en movimiento.
Todo
había terminado, creí haber imaginado que lo decía, que las palabras flotaban
corpóreas y recorrían a cámara lenta el espacio que había entre su boca y mi
oído, pero no fue así, había visto cómo movía los labios y pronunciaba las palabras. Su cara lo decía
todo.
Sentí
la cabeza pesada, y las manchas negras empezaron a dar vueltas. Apoyé las manos
sobre la butaca, me daba la impresión de que fuera a caer. No había bebido
tanto. Inspiré y solté el aire despacio unas cuantas veces, pero no sirvió de nada.
El alcohol, la droga y de repente, esa noticia absurda: todo ha terminado. Así
por las buenas, era imposible.
Mis visiones estaban cambiando, la negrura no
surgía de mis sueños, me llegaba a través de las personas, y era tan reciente
que aún no lo había asimilado; tan retorcido que el mensaje me llegaba por
teléfono a través de Piero, sin saber quién estaba al otro lado de la línea. Ni
siquiera entendí lo que decía esa persona, el mensaje me llegó a través de
Piero. ¿Quién había llamado? ¿Quién era el transmisor de esa negrura teñida de
rojo?
–El programa de esta noche –Piero habló con
voz vacilante–, lo emitimos.
Mis ojos se humedecieron. ¿Acabaría todo con
el programa de los espermatozoides? El primer dibujo que hice para la
Performance. Había ido a pasar el fin de semana con Felipe a Gredos y después
de soñar que estaba embarazada, dibujé espermatozoides amarillos dirigiéndose
hacia un óvulo violeta. No podía acabar, faltaba el embarazo y el nacimiento
del hijo que iba a ser artista. Seguiría grabando programas, uno tras otro,
aunque no quisieran. ¿Quiénes eran?
Me levanté y a pesar de que todo se moviera,
logré dar unos pasos vacilantes. Debí decir que tenía que irme, pero no estaba
segura de haberlo hecho. Seguía en pie, avanzando a duras penas en medio de la
oscuridad, con las mejillas surcadas por regueros de humedad.
–Quise
ser honrado… –me pareció oír a lo lejos.
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