7
La
charla de los padres
El fuego caldeaba
la sala. Las llamas surgían irregulares, en un baile desordenado y caótico. Tan
pronto parecían apagarse como que daban un estirón y se perdían en el tiro de
la chimenea. Una pequeña explosión y una nueva llamarada surgió. Al rato, otros
dos
estallidos y dos lenguas amenazaron con salirse del hogar.
La pareja estaba
sentada, sumida en la contemplación de la hipnótica danza.
–Parece que hasta
el fuego anda alterado –dijo ella.
–Estará húmeda la
leña –contestó él.
–La cortó ella,
¿sabes? Hoy ha estado muy seria. Dice que le va bien en el trabajo, pero no
debe estar a gusto. Espero que sólo sea eso.
–Pues menudo
trabajo que ha hecho. Lo siento por las agujetas que tendrá.
–Y las manos, si se
las vieras a la pobre…
La conversación
languideció. Siguieron entretenidos con el crepitar imprevisible del fuego. Las
llamas subían por un lado y se desvanecían por otro.
–Te dije que tu
hija es fuerte, lo superará.
–Pues le está
costando. No sé si hablar con ella –contestó la madre.
Se quedaron
pensativos, mirando el fuego.
–Hoy me he
encontrado con Honorio… –dejó la frase en suspenso.
La mujer cogió un
mechón de su cabello entre los dedos y se dedicó a rizárselo. El marido la miró
de reojo.
–Pues sí, estuve un
rato hablando con él… –volvió a callar.
–Si te apetece, me
lo cuentas. No te voy a sonsacar si es lo que piensas –soltó pasado un rato la
mujer–. Será alguna tontería de tus amigotes. Que ya nos conocemos hace muchos
años…
–Está bien, cómo
eres. Pues me ha contado algo que ha sucedido en la taberna.
–¿Sí? –esta vez se
removió en el asiento–, ¿le ha pasado algo malo a Elena?
–Ah, al final he
conseguido interesarte. Yo también te conozco un poquito, mujer…
–Cuenta, no me
tengas en ascuas –le agarró de la camisa y le zarandeó. Él puso cara de
asustado y juntó las manos.
–Confesaré, lo diré
todo –recibió un pescozón–. ¡Ay!.
–¡Empieza ya!, no
me enfades.
Comenzó a reírse,
tomó aire y puso una mano en el regazo de su mujer.
–Que tu hija, ha
puesto firme a Enrique.
–¿Ha pasado algo
malo? –preguntó asustada.
Y su marido le
contó lo que le dijeron.
–Al final va a
resultar la moza con más agallas del pueblo… –intervino la madre al acabar el
relato.
–Pues claro, ¿qué
creías? Simplemente dale tiempo, ha sido su primera decisión de adulta.
–Así que, lo de
cortar leña, fue por eso.
–Una forma de
desahogarse.
Se abrazaron,
riendo, acompañados por los estallidos de los leños.
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