miércoles, 23 de diciembre de 2015

LA TORRE. Elena. Capítulo 16



16



El castillo



   Un par de lágrimas surcaban sus mejillas, estaba emocionada. Quería verlo más de cerca, sentir que era real. El castillo, ¿cuándo había decidido ir hacia él? No fue esa su intención, pero allí estaba. No sabía cuántas horas llevaba caminando. Llegaría hasta el bosquecillo que atravesaba el camino y después, volvería a casa. Echó a andar hasta alcanzarlo y se detuvo junto a un árbol.

   Ante ella se extendía toda una gama de verdes, salpicados aquí y allá por tonalidades violáceas y terrosas. La distrajo el trino de un pájaro, posado en el árbol. La flauta depositó unas levísimas notas. Dialogaron animadamente entre ellos, hasta que surgió la voz grave del órgano. El pajarillo se asustó y levantó el vuelo. Le siguió con la mirada, saltando de un color a otro. De las plantas iluminadas al oscuro bosque, de un muro de piedra a las montañas nevadas, hasta que le perdió. Entonces la flauta la guió por la montaña, una franja de azules y rosas agrisados. Y el tambor la empujó suavemente, hacia una silueta de grises azulados y violáceos. E irrumpió el órgano, escandaloso y alegre, cuando distinguió el majestuoso castillo. Quedó cautivada por la imagen, mientras la música continuaba sonando para ella.

   Podría haberse quedado allí todo el día, observando con avidez cómo la luz cambiante iba modelando sus volúmenes, el atardecer volvía sus contornos imprecisos y borrosos y llegaba la noche para hacerlo desaparecer. La idea resultaba seductora, pero sentía la necesidad de seguir adelante. Caminó y en algún momento desapareció la música. El tiempo, simplemente no existió. El camino, no lo recordaba. Sólo supo que habían aparecido las primeras casas.

   El tambor sonó leve cuando se internó por las callejuelas, impaciente hasta que se detuvo y jubiloso cuando alzó la mirada por encima de los tejados. El cielo, de un sorprendente color turquesa, se deshacía y transformaba en pálidos amarillos que rodeaban la mágica figura del castillo. Su cuerpo tembló. ¡Era igual que en sus sueños! Allí estaba el balcón, entre las dos torres. Y detrás surgía la espadaña, la de la iglesia del castillo. Cerró los ojos y contuvo la respiración. No podía creerlo, igual que en sus sueños. Los abrió y miró al cielo. Criaturas grises planeando ociosas, trazando círculos sobre el castillo.

   El ruido del agua al estrellarse contra el suelo apagó la música. Se giró y observó el reguero que avanzaba hacia ella y la ventana abierta. Continuó su camino, descendiendo por callejones de trazado irregular, hasta llegar a la plaza. Fue hasta el centro. Era inmensa, un rectángulo muy largo, rodeado de casas con soportales. Cerró los ojos y los recuerdos acudieron a su mente. Empezó una música extremadamente lenta y apenas audible. Se meció suavemente cuando la flauta habló en murmullos. Alzó los brazos y movió las caderas al ritmo del tambor. Giró a un lado y a otro, se balanceó adelante y atrás acompañada por el órgano. Se sintió feliz, recordando aquella otra vez, en el mismo lugar. Los instrumentos aceleraron su ritmo y ella bailó más y más deprisa, en un baile frenético al son de una música estridente. Y cuando se sintió desfallecer, cesó la música. Se vio a sí misma, diminuta, en la soledad de la amplia plaza fría y sombría, mirando la calle que surgía frente a ella soleada y cálida, invitándola a subir hacia el castillo.  

   Llegó a la última casa del pueblo. Ante ella, restos de antiguos muros, marrones y grises, pulverizados por el tiempo; detrás la muralla con sus torres, de piedras ocres y doradas; y dentro el castillo, de un color más vivo, bastante rosado. Se detuvo. Ahí estaba su balcón, custodiado por las dos torres. Se imaginó allí arriba, con un vestido del color del cielo y los cabellos alborotados por la brisa; una brisa suave que vino del bosque, danzó en los campos de colores, acarició los tejados, retozó por la plaza y llegó hasta ella en forma de música dulce y tranquila.

   El órgano inició una rápida sucesión de acordes ascendentes. Inspiró y empezó a subir deprisa. Los acordes dieron paso a una fuga, que llevó la melodía hasta extremos insospechados. Su respiración se aceleró y el corazón latió con violencia, no podría mantener aquel ritmo durante mucho tiempo. Entonces, el teclado cedió su protagonismo al sonido dulce y comedido de la flauta. La melodía se relajó y ella lo agradeció. El tambor empezó a retumbar, lento y lejano, mientras la flauta dejaba resbalar las notas hasta desaparecer. Quedó la percusión, distanciándose en el tiempo; su caminar se volvió cansino, desesperante. Esperaba el siguiente sonido, para poder dar un paso más. El tiempo se dilataba. Se vio a sí misma intentando subir, seguida por su sombra, proyectada en el vetusto muro. La acabaría alcanzando, la dejaría atrás. Quería llegar al castillo, pero parecía imposible. Interminables horas, en las que el sol seguía su ascenso en el firmamento turquesa.

   Y en algún momento llegó a la puerta, agotada. Se sintió feliz, alargó la mano y acarició la madera. La flauta sonó deliciosa, mientras contemplaba la vieja puerta bajo el arco, un escudo bajo el matacán y dos poderosas torres flanqueando la puerta. Caliza rosada con toques grises, musgos y líquenes adueñándose de las viejas piedras, yedras intentando escalar los muros. La luz había vuelto la escena mágica e irreal. Se sentó en el escalón, apoyó la espalda contra la puerta, reclinó la cabeza y puso las manos en el regazo. La flauta dejó de sonar y cerró los ojos. Descansó bajo aquella atmósfera turquesa, entre los tonos amarillentos que irradiaba el suelo contra la piedra rosada y el gris verdoso de la puerta.

   Volvió a sonar la flauta y la meció suavemente. Un golpe de tambor y sintió que se elevaba. La melodía la llevó a descubrir una puerta tapiada en la muralla, una torrecilla abovedada adosada a un esquinazo, multitud de saeteras bajo las pequeñas ventanas enmarcadas en gris y un escudo sobre la torre. Un redoble de tambor seguido de una rápida escala de la flauta y subió más aún. Un leve toque de tambor y osciló hacia el oeste, la torre de la esquina estaba agrietada hasta la base. Faltaba la reja en una ventana. La ventana de la torre, la torre de la biblioteca… ¡la biblioteca! Allí estaban los libros. La flauta reanudó sus esfuerzos y ascendió hacia el norte, se distinguían las partes más antiguas del castillo, en ellas la caliza era gris. Quería volver a la biblioteca. Pero la música la hacía subir y subir. Veía el castillo, que era una iglesia rodeada de murallas, pero en realidad debía ser un castillo. No… sabía. Subió y subió. Quería volver. Vio el castillo, el pueblo, los campos y los bosques. Y el órgano sonó grave, empujándola más y más alto. El castillo quedó reducido a una mota gris rosada, sólo gris y desapareció.

   Amarillo, verde, turquesa…

                       … no te preocupes…

                                …espera…

                                       …todo llegará…

                                            …a su debido tiempo.      


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