13
Los
padres charlan de nuevo
Sentado junto a la
ventana, parecía pensativo. El cielo oscuro todavía despedía reflejos
purpúreos. Había pasado el tiempo de descansar junto al fuego, la temperatura
empezaba a ser agradable, ya parecía primavera en la adusta tierra castellana.
Su mujer terminó de recoger, apagó el candil y fue a sentarse junto a él.
–Tu hija no ha
estado muy parlanchina esta noche –dijo él.
–No habrá sido su
mejor día.
–Será que han
reñido.
–¿Se puede saber
qué mosca te ha picado? Mira que te tuve que hacer callar…
–Oye, que todavía
me duele. No sé por qué no iba a poder decir…
–Habla más bajo, a
ver si todavía te va a oír.
–No, si todavía me
das con el almirez en la cabeza y yo sin saber por qué.
–A ver, tú que
sabes del asunto…
–¿De qué asunto me
hablas?
–Me has dado una
buena idea –se levantó–. Voy a por el almirez.
El marido la agarró
y tiró de ella, quedando sentada en sus rodillas.
–¿Y ahora qué?
–puso los dedos en su costado.
–Eso no. Sabes que
no aguanto las cosquillas –le agarró la mano.
–Pues dame un beso
–cerró los ojos.
La mujer le dio el
beso que le pidió y alguno más.
–Me estabas
contando… –continuó la mujer.
–Está bien. Pero
que no se enteren mis amigotes que haces conmigo lo que quieres –le dio un
beso.
–¡Si tú no tienes
amigotes!, Si sois todos unos buenazos. Cuéntame pues –le devolvió el beso.
–Verás. Esta tarde,
después de acabar en mis tierras, fui para donde Nicasio. Lleva unos días
diciéndome que le eche una mano para poder arreglar la puerta del redil. Así
que iba hacia allá, cuando vi a una pareja en la chopera. No quise molestar y
di un rodeo. Pero cuál fue mi sorpresa cuando vi que la chica se fue sola. ¿Y
sabes quién era?
–¿Nuestra hija?
Él la miró
sorprendido.
–Si encima lo
sabrás…
–¿El qué?
–Con quién estaba…
–Déjame que intente
adivinar… –cerró los ojos y puso una mano en la frente–. Enrique… no, ¿el
maestro tal vez?
El marido, ante la
burla, empezó a hacerle cosquillas.
–Para, para, que la
vamos a despertar –dijo riendo y él se detuvo.
–Sabía que iba a
verle por los libros. Pero no sabía que saliera con él. Supongo que ha sido una
riña de enamorados. Era lo que quería decir en la cena.
–¡Ay, que no te
enteras! –le echó los brazos al cuello. Se quedó mirándole, sin decir una
palabra. Con los labios apretados, empezó a escapársele la risa.
–No te hagas ahora
de rogar, ¿de quién habrás aprendido?
–De mi maridito.
–Venga, o empiezo
con las cosquillas.
–En fin –suspiró–.
Es más complicado de lo que parece. Ella sólo quiere su amistad y él se debe
haber enamorado de ella. Supongo que lo que has visto, ha sido a tu hija
rechazando al maestro.
–Pues era el mejor
pretendiente que podía conseguir en el pueblo. Pensé que acabarían juntos.
–El amor es
caprichoso. ¿Eras tú mi mejor pretendiente? A mi padre le bastó con que me
quisieras. No te puso pegas. Y eso que no tenías ni un real.
–La pobre, lo
estará pasando mal.
–Desde que ha
empezado a trabajar, se le ha juntado todo.
–Así es la vida –se
quedó mirándola–. Deberíamos acostarnos ya.
Ella se levantó y
su marido le dio en el culo. Se volvió sorprendida.
–Oye, a ver si
ahora les voy a tener que decir a mis amigas que me pegas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario