viernes, 4 de diciembre de 2015

LA TORRE. Elena. Capítulo 13.



13



Los padres charlan de nuevo



   Sentado junto a la ventana, parecía pensativo. El cielo oscuro todavía despedía reflejos purpúreos. Había pasado el tiempo de descansar junto al fuego, la temperatura empezaba a ser agradable, ya parecía primavera en la adusta tierra castellana. Su mujer terminó de recoger, apagó el candil y fue a sentarse junto a él.

   –Tu hija no ha estado muy parlanchina esta noche –dijo él.

   –No habrá sido su mejor día.

   –Será que han reñido.

   –¿Se puede saber qué mosca te ha picado? Mira que te tuve que hacer callar…

   –Oye, que todavía me duele. No sé por qué no iba a poder decir…

   –Habla más bajo, a ver si todavía te va a oír.

   –No, si todavía me das con el almirez en la cabeza y yo sin saber por qué.

   –A ver, tú que sabes del asunto…

   –¿De qué asunto me hablas?

   –Me has dado una buena idea –se levantó–. Voy a por el almirez.

   El marido la agarró y tiró de ella, quedando sentada en sus rodillas.

   –¿Y ahora qué? –puso los dedos en su costado.

   –Eso no. Sabes que no aguanto las cosquillas –le agarró la mano.

   –Pues dame un beso –cerró los ojos.

   La mujer le dio el beso que le pidió y alguno más.

   –Me estabas contando… –continuó la mujer.

   –Está bien. Pero que no se enteren mis amigotes que haces conmigo lo que quieres –le dio un beso.

   –¡Si tú no tienes amigotes!, Si sois todos unos buenazos. Cuéntame pues –le devolvió el beso.

   –Verás. Esta tarde, después de acabar en mis tierras, fui para donde Nicasio. Lleva unos días diciéndome que le eche una mano para poder arreglar la puerta del redil. Así que iba hacia allá, cuando vi a una pareja en la chopera. No quise molestar y di un rodeo. Pero cuál fue mi sorpresa cuando vi que la chica se fue sola. ¿Y sabes quién era?

   –¿Nuestra hija?

   Él la miró sorprendido.

   –Si encima lo sabrás…

   –¿El qué?

   –Con quién estaba…

   –Déjame que intente adivinar… –cerró los ojos y puso una mano en la frente–. Enrique… no, ¿el maestro tal vez?

   El marido, ante la burla, empezó a hacerle cosquillas.

   –Para, para, que la vamos a despertar –dijo riendo y él se detuvo.

   –Sabía que iba a verle por los libros. Pero no sabía que saliera con él. Supongo que ha sido una riña de enamorados. Era lo que quería decir en la cena.

   –¡Ay, que no te enteras! –le echó los brazos al cuello. Se quedó mirándole, sin decir una palabra. Con los labios apretados, empezó a escapársele la risa. 

   –No te hagas ahora de rogar, ¿de quién habrás aprendido?

   –De mi maridito.

   –Venga, o empiezo con las cosquillas.

   –En fin –suspiró–. Es más complicado de lo que parece. Ella sólo quiere su amistad y él se debe haber enamorado de ella. Supongo que lo que has visto, ha sido a tu hija rechazando al maestro.

   –Pues era el mejor pretendiente que podía conseguir en el pueblo. Pensé que acabarían juntos.

   –El amor es caprichoso. ¿Eras tú mi mejor pretendiente? A mi padre le bastó con que me quisieras. No te puso pegas. Y eso que no tenías ni un real.

   –La pobre, lo estará pasando mal.

   –Desde que ha empezado a trabajar, se le ha juntado todo.

   –Así es la vida –se quedó mirándola–. Deberíamos acostarnos ya.

   Ella se levantó y su marido le dio en el culo. Se volvió sorprendida.

   –Oye, a ver si ahora les voy a tener que decir a mis amigas que me pegas.



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