sábado, 16 de enero de 2016

LA TORRE. Alejandro. Cap. 3.



3



Fernando

   Llevaba varias mañanas yendo al Alcázar. Tenía hechos varios dibujos a lápiz y un par de acuarelas. Acabarían colgados en la pared de su habitación, nadie se había interesado  por ellas. Recogió sus bártulos y emprendió el camino de vuelta. Atravesaba la plaza Mayor, sumido en sus tristes pensamientos.
   –¡Alejandro!
   Al oír su nombre se volvió.
   –Tío Fernando. ¡Qué alegría verte! –se dieron un abrazo.
   –Hacía mucho que no nos veíamos. Tienes que venir más por casa.
   –El trabajo, que no descanso –se encogió de hombros.
   –Eso es que te va bien. Me alegro ¿Tienes tiempo para tomar el vermut? Así me cuentas.
   –Claro que sí, vamos.
   Fueron hacia el mesón y entraron, sentándose a una mesa junto a la ventana.
   –A los artistas nos va la luz –le guiñó un ojo–. Cuéntame de tu maravillosa vida de artista.
   –Acabo de vender una pintura a mi casera, pero no tengo ningún encargo más de momento.
   –Estarás pintando algo nuevo, ¿no? No serás de esos artistas que se tumban a esperar que venga la musa de la inspiración…
   –No, tío –rió. Vengo del Alcázar –abrió la carpeta y sacó sus trabajos–. Aunque no tenga encargos, no dejo de trabajar.
   Fernando los estudió con detenimiento, parecía satisfecho de lo que veía.
   –Recuerdo aquel bodegón de la facultad que tenías colgado en casa de tus padres. Has mejorado mucho desde entonces. Eres bueno, realmente bueno –dio un trago a su vermut.
   –Eso espero, me gustaría llegar a ser un buen pintor –dijo intentando poner cara seria, pero se le escapó una sonrisa.
   –Lo eres. Ahora hace falta que la fama y la fortuna llamen a tu puerta.
   –Eso es más difícil, y más, en una ciudad pequeña.
   –¿Y qué es lo que haces ahora?
   –He comenzado una vista del Acueducto, nada convencional. A ti que entiendes de perspectivas, seguro que te gusta.
   –Me gustaría verlo. ¿Cuándo podría ser?
   –Cuando quieras. Por las tardes  estoy en el estudio. ¿Sabes dónde es?
   –Más o menos, pero… ¿qué te parece si vamos ahora? Si te viene bien, claro.
   –Por mí encantado, iba para allá cuando nos hemos encontrado. El que tiene un trabajo serio eres tú. Si tú puedes, yo también.
   –Pues vamos –Fernando pagó la consumición y se fueron–. De paso nos acercamos por un edificio que me han encargado. Ya verás cuando esté acabado, creará polémica: gustará o lo odiarán, sin medias tintas. Nada de adornos, ni esgrafiados. Cemento y pintura ocre, sólo enmarcaré las ventanas, puede que  con un toque rojo. Ya veremos.
   –Me gusta la idea de que lo pintes, el gris me parece demasiado serio.
   –Mira los romanos –dijo señalando el Acueducto–, eran ingenieros. De haber tenido algo de artistas, lo hubieran pintado.
   –En naranja –ambos rieron la ocurrencia.
   Llegaron a la pensión, subieron los tres pisos. Alejandro abrió la puerta de la habitación.
   –¿No cierras con llave? –dijo con la respiración acelerada.
   –Pero quién va a subir aquí, se cansarían –dijo mirando a su tío.
   –En poca estima tienes tu arte. Se cansarían… –le dio una cachete en el cogote.
   –Pasa tío –se rascó la nuca.
   Fernando se detuvo nada más entrar y echó un vistazo nada disimulado a toda la habitación. A su izquierda estaba la cama, contra la pared y con una silla haciendo de mesilla. A los pies, un pequeño armario ropero. A continuación una mesa y una silla, cerca de la ventana. Más allá, el caballete con un gran lienzo y una silla haciendo de mueble para la paleta y los pinceles. Por detrás del caballete, en el suelo, se amontonaban en aparente orden tarros de pigmentos, lienzos, tablas, y otros materiales relacionados con su oficio. La pared estaba cubierta de dibujos. Soltó una carcajada.
   –Igual que en París. Estás hecho todo un bohemio –sonrió abriendo los brazos.
   –¡Has estado en París! –dijo asombrado.
   –Sí, cuando acabé la carrera, me fui con unos amigos. Nos alojamos precisamente en la buhardilla que tenía alquilada un conocido, estudiante de bellas artes, por cierto.
   –Cómo me gustaría ir allí y ver la pintura impresionista –dijo Alejandro.
   –Te encantaría –Fernando se quedó mirando el cuadro del caballete–. Una vista del Acueducto, entre las casas, la ciudad vieja al fondo.
   –Tenías razón. No es nada convencional. Tres puntos de fuga, seguro que eso no te lo han enseñado en la escuela de Bellas Artes.
   –Si me lo enseñaste tú.
   –Me acuerdo. Una perspectiva muy forzada, sí. Una obra difícil de vender, sin duda, por lo menos aquí en Segovia. Pero cuéntame, esa luz que parece brotar del suelo, ¿es imaginación mía o es porque el cuadro está en sus comienzos? 
   –Me alegro que me lo digas –no cabía en sí de gozo–. Al forzar la perspectiva le estoy dando excesivo peso a la parte superior y parecerá que es imposible que la estructura se sostenga por sí misma. Irradiando luz desde su base, consigo aliviarlo y volverlo más etéreo.
   Fernando se quedó pensativo mirando el cuadro, luego se sentó junto a la ventana.
   –Alejandro, me parece que la idea es buena. Créeme, será una buena obra.
   –Tío, queda mucho para que pueda llegar a serlo, si llega.
   –Quiero verlo acabado, antes de que lo vendas.
   –Ya quisiera yo venderlo.
   –Prométeme que me avisarás.
   –Prometido.
   –Y ahora enséñame más cosas.
   Le sacó carpetas con dibujos y acuarelas. Luego pasó a mostrarle los óleos que se amontonaban contra la pared y bajo la cama. Estuvieron comentándolos. Luego siguieron con los dibujos que colgaban de la pared. Fernando sacó su reloj del bolsillo del chaleco, abrió la tapa y dijo:
   –Creo que se acerca la hora de comer. Me han hablado de un sitio donde preparan un cochinillo que está de rechupete. Es justo aquí abajo, al final de tu calle. Venga, te invito.
   –De mil amores. Vamos.
   Cuando salían, Fernando se volvió y señalando la habitación dijo:
   –Por cierto, andas un poco escaso de mobiliario.
   –Es lo que había en la habitación cuando llegué.
   –Tengo alguna cosa que puedo darte.




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