viernes, 1 de enero de 2016

LA TORRE. Alejandro. Capítulo 1.






Alejandro


 
1



El dragón



   Se despertó sin una razón aparente, con la sensación de que algo andaba mal. En la oscuridad de su habitación, le pareció percibir un ruido. Apenas era audible, pero se hacía notar de vez en cuando; pensó que sería algún insecto. Intentó olvidarlo y volver a dormir. Se tapó hasta la cabeza para no oírlo, pero fue en vano, el sonido se había vuelto continuo y acabó desvelándose. El bicho se estaba poniendo muy pesado. Se levantó de la cama y con el zapato en la mano se dispuso a encontrarlo y cargárselo, pero no sólo no lo descubrió, sino que le pareció que hacía más ruido, aunque a estas horas de la noche, no estaba seguro de nada. En la habitación no estaba, eso era seguro, el ruido venía de fuera. Empezó a oír voces y movimiento en la casa y también en el exterior. El sonido era ahora, claramente, una especie de gorgoteo estridente y venía del exterior. No le apetecía salir, así que se asomó a la ventana para ver qué era lo que ocurría realmente.

   Supuso que les había pasado igual que a él. La calle estaba llena de gente, yendo de un lado para otro, agrupándose en corros y hablando a gritos. Algunos estaban en camisón y gorro de dormir, otros se habían echado otra prenda sobre los hombros, y en las ventanas había más curiosos como él. La preocupación se veía reflejada en los rostros, apenas iluminados por una luna en cuarto menguante. El barrio entero andaba alborotado.

   Tembló el suelo delante de la casa, al tiempo que el sonido desaparecía y la multitud enmudecía. Volvió el gorgoteo, suave e interrumpido cada cierto tiempo por nuevos temblores. Le siguieron fuertes sacudidas y el gorgoteo acabó cesando. El temblor se hizo continuo y empezaron unos crujidos espantosos. La gente empezó a arrimarse a las fachadas, llorando y gritando, pero sus voces resultaban inaudibles.

   Un gran estallido, mil veces más potente que un cañonazo y fue proyectado hasta el otro extremo de la habitación. Se levantó con todo el cuerpo dolorido y fue hacia la ventana; ahora se oía un fuerte silbido. Un gran chorro de agua se elevaba hacia las alturas, surgiendo a borbotones de la grieta aparecida en el medio de la calle. Se formó un arroyo que corrió calle abajo hasta remansarse en la plaza, formando una laguna. Una muchedumbre sorda, histérica y confusa se fue levantando y empezó a correr hacia sus casas. Pero nadie fue capaz de encerrarse, asomados a puertas y ventanas se quedaron a contemplar el dantesco espectáculo.

   Volvió el gorgoteo, y entre el chorro del agua comenzaron a surgir enormes burbujas que se elevaban al cielo y descendían lentamente. Cayó la primera al suelo y al estallar, se incendió. El pequeño fuego no duró mucho tiempo, pero olía mal, como a huevos podridos. Surgieron más burbujas, que provocaban nuevos fuegos. Se fue apagando el silbido y dejó de manar el agua. Las llamas no se apagaban y empezaron a crecer: danzaron hacia el cielo, ondulándose, retorciéndose y estirándose, dividiéndose y volviéndose a unir. El calor empezaba a ser sofocante y aquello se convirtió en un auténtico incendio que descendía calle abajo, por donde antes corriera el agua, hasta el mismo borde de la laguna en la plaza. Cada vez más altas, las llamas se asemejaban a un cuadrúpedo que corría sin lograr avanzar, oscilando, subiendo y bajando. Le creció la cola, se le estiraron las orejas y se le afiló el hocico. A estas alturas, la mayoría de la gente olvidó su curiosidad y se encerró en casa, presa del pánico, atrancando puertas y ventanas. Mientras, el animal seguía moviéndose sin parar; parecía un inmenso dragón, con la cabeza apuntando hacia la ciudad vieja. De su boca surgió una llamarada que traspasó la muralla, la quemaría.

   Otro gorgoteo más profundo se impuso sobre los demás sonidos, y de la grieta surgió una figura que parecía humana y se puso en pie. Estaba desnudo, y su piel era de un rojo intenso y brillante, pero tenía una enorme cornamenta enroscada, como la de los carneros, y también una larga cola. Encogió los brazos cerrando los puños y los extendió con parsimonia, abriendo las manos con las palmas dirigidas hacia el dragón. Un chorro de luz de un color amarillo muy desagradable surgió de ellas, transformándose en charcos líquidos que flotaban en el aire. Crecían y se dividían, cubriendo el cielo, subiendo y subiendo. Bajó los brazos de golpe, con las palmas hacia delante. Las acuosidades amarillas descendieron igual de rápidas, cayendo sobre el dragón, cubriéndolo totalmente. Soltó éste un desgarrador graznido dirigido a la luna y quedó inmóvil, resoplando. Poco a poco, el vivo rojo de su cuerpo ardiente fue apagándose, como las ascuas, hasta quedar calcinado. Sus ojos soltaron un último destello. Un enorme esqueleto gris, fue todo lo que quedó de la fabulosa bestia que allí naciera y muriera en aquella funesta noche.



  

   Saltó de la cama y atravesó rápidamente la habitación hasta la ventana. La abrió y se asomó. La fría brisa nocturna le hizo temblar, lo que no le impidió seguir asomado, buscando en la oscuridad. Se rascó la cabeza antes de retirarse. Iba a cerrar, pero se arrepintió y volvió a asomarse, mirando a derecha e izquierda. Meneó la cabeza y cerró. Volvió a la cama y se sentó. Tenía la respiración acelerada y la garganta seca. Buscó a tientas la jarra de agua que había sobre la silla y bebió hasta dejarla casi vacía. Se tumbó. Parecía tan real, pensó que todavía podría verlo. No podía quitárselo de la cabeza y eso le impidió volver a conciliar el sueño. Al rato, volvió a levantarse y encendió una vela. La puso en la esquina de la mesa y fue a por un papel. Cogió el lápiz y se puso a dibujar. Con trazos rápidos y nerviosos comenzó a llenar el papel, hasta convertirlo en un absoluto caos de líneas. Cuando no pudo seguir, buscó otra hoja y comenzó de nuevo.



No hay comentarios:

Publicar un comentario