domingo, 3 de abril de 2016

LA TORRE. Alejandro. Cap. 14.



14

En blanco

   Aquella tarde estaba sentado a la mesa delante de un papel en blanco. Empezaba a pensar que nunca conseguiría crear una composición con el castillo. Volvió la mirada hacia el dibujo de Irene. No tuvo ningún problema con su retrato, fueron surgiendo dibujos y eligió el que más le gustó. Eso fue todo. Pero con el castillo era distinto…
   Llamó a la puerta y se le aceleró el corazón. Sabía quién era por la manera de hacerlo, lo que le extrañó fue que no entrara. Él mismo abrió la puerta.
    –Hola Irene. 
    –¿Puedo pasar?
    –Claro, entra.
   Avanzó despacio hacia la mesa. Se detuvo a observar el papel vacío, fue hacia la pared y recorrió los dibujos del castillo. Regresó hacia la mesa y se volvió hacia el caballete, miró el retrato de Manuela.
   –Estás haciendo un buen trabajo con el retrato de la comandanta.
   –¿Qué te hace pensar eso?
   –No hubo más que verla, cuando apareció el primer día. Un carácter desagradable y poco agraciada –se volvió hacia Alejandro, mirándole a los ojos–. En el lienzo veo a una persona encantadora y atractiva. Y aún así, se le parece.
   Alejandro se sentó y jugueteó con el lápiz.
   –No se te escapa una –volvió a  mirarla–. Me asustas.
   –¿Te asusto? ¿Por qué? –preguntó inquieta.
   –Tu perspicacia. Eres inteligente. Temo no estar a tu altura.
   –Tonto –le dedicó una sonrisa.
   Algo turbada, apartó la vista y la dirigió hacia el papel en blanco que había sobre la mesa.
   –¿Qué hacías?
   –Ya lo ves –puso la mano junto al papel–. Nada.
   –Me extraña en ti –se sentó frente a él.
   –No tengo ideas –dijo abatido. Se levantó y fue hacia la pared–. Mira, el resultado de dos días en Turégano.
   Irene se acercó a verlos otra vez.
   –Hay un par de acuarelas que son bastante buenas…
   –No lo suficiente para una composición al óleo.
   –¿Qué harás entonces?
   –Seguir dándole vueltas. Trabajar más sobre ello. No me puedo quedar sólo en este retrato –contestó fastidiado.
   –Dime, ¿por qué quieres pintar el castillo? –volvía a mirarle a los ojos.
   –No lo sé, realmente no lo sé –desvió la mirada hacia las acuarelas–. He soñado multitud de veces con él, pero no lo sé.
   –¿Y los dragones de estos bocetos? –señaló.
   –El dragón también aparecía en los sueños. Después de ir a la villa, se desvaneció –dijo abatido.
   –No será importante entonces.
   –Supongo que no.
   Irene volvió a sentarse, acarició el papel en blanco.
   –Deberías volver al Alcázar. No has hecho ningún óleo de él. Con todos los dibujos que tienes.
   –Cierto, no será por falta de dibujos.
   –Podías intentarlo. Puede que mientras, te vengan las ideas para tu castillo.
   –Tienes toda la razón –forzó una sonrisa que no consiguió prosperar. Sus miradas volvieron a cruzarse.
   Irene se puso en pie, abrió la ventana y se asomó.
   –¿Sabes una cosa? –dijo sin volverse.
   –Dime.
   –Echo de menos las tardes en que subía a posar. La paz y tranquilidad de aquellos instantes. Me gustaba verte pintar, cómo hacías surgir las formas, las luces y las sombras, el color. Era… mágico…
   Se acercó a la ventana, ella le hizo un hueco.
   –Un cielo interesante –tras un momento de indecisión siguió hablando–. No sabes lo duro que es retratar a la comandanta, no hago más que acordarme de ti –de nuevo silencio–… también te he echado de menos.  
   –Unas nubes caprichosas, ¿qué nos depararán?



No hay comentarios:

Publicar un comentario