14
En
blanco
Aquella tarde
estaba sentado a la mesa delante de un papel en blanco. Empezaba a pensar que
nunca conseguiría crear una composición con el castillo. Volvió la mirada hacia
el dibujo de Irene. No tuvo ningún problema con su retrato, fueron surgiendo
dibujos y eligió el que más le gustó. Eso fue todo. Pero con el castillo era
distinto…
Llamó a la puerta y
se le aceleró el corazón. Sabía quién era por la manera de hacerlo, lo que le
extrañó fue que no entrara. Él mismo abrió la puerta.
–Hola Irene.
–¿Puedo pasar?
–Claro, entra.
Avanzó despacio
hacia la mesa. Se detuvo a observar el papel vacío, fue hacia la pared y
recorrió los dibujos del castillo. Regresó hacia la mesa y se volvió hacia el
caballete, miró el retrato de Manuela.
–Estás haciendo un buen trabajo con el retrato de la
comandanta.
–¿Qué te hace
pensar eso?
–No hubo más que
verla, cuando apareció el primer día. Un carácter desagradable y poco agraciada
–se volvió hacia Alejandro, mirándole a los ojos–. En el lienzo veo a una
persona encantadora y atractiva. Y aún así, se le parece.
Alejandro se sentó
y jugueteó con el lápiz.
–No se te escapa
una –volvió a mirarla–. Me asustas.
–¿Te asusto? ¿Por
qué? –preguntó inquieta.
–Tu perspicacia.
Eres inteligente. Temo no estar a tu altura.
–Tonto –le dedicó
una sonrisa.
Algo turbada,
apartó la vista y la dirigió hacia el papel en blanco que había sobre la mesa.
–¿Qué hacías?
–Ya lo ves –puso la
mano junto al papel–. Nada.
–Me extraña en ti
–se sentó frente a él.
–No tengo ideas
–dijo abatido. Se levantó y fue hacia la pared–. Mira, el resultado de dos días
en Turégano.
Irene se acercó a
verlos otra vez.
–Hay un par de
acuarelas que son bastante buenas…
–No lo suficiente
para una composición al óleo.
–¿Qué harás
entonces?
–Seguir dándole
vueltas. Trabajar más sobre ello. No me puedo quedar sólo en este retrato
–contestó fastidiado.
–Dime, ¿por qué
quieres pintar el castillo? –volvía a mirarle a los ojos.
–No lo sé,
realmente no lo sé –desvió la mirada hacia las acuarelas–. He soñado multitud
de veces con él, pero no lo sé.
–¿Y los dragones de
estos bocetos? –señaló.
–El dragón también
aparecía en los sueños. Después de ir a la villa, se desvaneció –dijo abatido.
–No será importante
entonces.
–Supongo que no.
Irene volvió a
sentarse, acarició el papel en blanco.
–Deberías volver al
Alcázar. No has hecho ningún óleo de él. Con todos los dibujos que tienes.
–Cierto, no será
por falta de dibujos.
–Podías intentarlo.
Puede que mientras, te vengan las ideas para tu castillo.
–Tienes toda la
razón –forzó una sonrisa que no consiguió prosperar. Sus miradas volvieron a
cruzarse.
Irene se puso en
pie, abrió la ventana y se asomó.
–¿Sabes una cosa?
–dijo sin volverse.
–Dime.
–Echo de menos las
tardes en que subía a posar. La paz y tranquilidad de aquellos instantes. Me
gustaba verte pintar, cómo hacías surgir las formas, las luces y las sombras,
el color. Era… mágico…
Se acercó a la
ventana, ella le hizo un hueco.
–Un cielo
interesante –tras un momento de indecisión siguió hablando–. No sabes lo duro
que es retratar a la comandanta, no hago más que acordarme de ti –de nuevo
silencio–… también te he echado de menos.
–Unas nubes
caprichosas, ¿qué nos depararán?
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