13
El nuevo retrato
Tenía la pared
llena de dibujos y le faltaba sitio para colocar los del castillo. Empezó a
quitar los más antiguos, pero aún necesitaba más espacio. Los de Irene ya no le
hacían falta, dejó el que más le gustaba y retiró el resto. Clavó los nuevos
dibujos y acuarelas y se sentó a observarlos. No estaba seguro de haber
encontrado la composición idónea. Tenía que estudiarlos con tranquilidad.
Entonces llamaron a la puerta.
–Adelante.
Nuevos golpes. Le
tocó levantarse a abrir. Era su casero.
–Buenas tardes, don
Felipe.
–Buenas tardes, don
Alejandro. Perdone que le interrumpa, pero es que ha venido la dama, para lo
del retrato.
–Es verdad, me lo
dijo ayer su mujer. ¿No le ha dicho que suba?
–Mi mujer, que se
ha empeñado en preparar un chocolate. Dice que baje usted, que los negocios así
tratados, salen mejor.
–Doña Adela es un
sol. Bajo con usted.
Salieron al rellano
y continuaron la conversación, camino de las escaleras.
–Ya sabe usted cómo
son las mujeres, cuando se les mete una cosa en la cabeza… –se detuvo–. Oiga,
que ésta es una mujer de pecunia.
–Le veo a usted
informado.
–Verá usted –dijo
en un susurro–, cuando fue a la droguería a informarse de lo del retrato, iba
con su criada. Pues resulta que la criada, es prima segunda de mi mujer. Y por
ella nos hemos enterado que es hija de un comandante. Aproveche usted a
cobrarle.
–No puedo. Tengo
que cobrarle lo que es justo.
–Es usted muy
honrado –Alejandro se encogió de hombros.
Llegaron a la
planta baja. Se dirigían al comedor, pero Felipe le tiró de la manga y le
obligó a entrar en la cocina. Cuando Alejandro iba a protestar, le hizo un
gesto de que guardara silencio.
–Oiga usted,
Alejandro –le habló casi al oído–. Yo quería hablarle de otro asuntillo.
–Usted dirá
–contestó intrigado.
–Pues es por el
retrato de Irene. Que había pensado, cuando lo quite usted de la droguería… –se
le notaba nervioso.
–Dígame usted, don
Felipe.
–Me gustaría saber
cuánto pide por él. Si pudiera comprarlo… Quizás tarde un año o más en ahorrar
el dinero, pero si usted puede esperar…
–Don Felipe, entre
usted y yo –acababa de darle una alegría–. Irene me hizo un gran favor posando.
Parece que hoy me va a salir un encargo gracias a su retrato. Normalmente
pediría veinte pesetas, pero a usted se lo dejo en la mitad.
–Creí que serían
bastante más de veinte. Podré comprárselo. Gracias, es usted una buena persona
–se le notaba más relajado.
–Y por el pago no
se preocupe. Usted se queda el cuadro y me lo va pagando como y cuando quiera.
¿Le parece bien?
–Muy bien. No
tardaré muchos meses.
–¿Trato hecho?
–dijo tendiendo su mano.
–Trato hecho –le
estrechó la mano–. Vamos al comedor, que se impacientará mi mujer.
La reunión resultó
algo tensa. La señorita Manuela, con su actitud, dejó claro que su posición
social estaba muy por encima de la de los demás. Consiguió el encargo, si bien
ella intentó iniciar un regateo, al cual Alejandro se negó. Quiso que fuera a
su casa y entonces le pidió tres pesetas más, por el tiempo invertido en ir y
venir. Se enfadó y a punto estuvo de levantarse de la mesa y marcharse. Después
preguntó por su estudio, si reunía las condiciones necesarias. Al enterarse que
era a la vez estudio y alojamiento, puso el grito en el cielo: ella era una
persona decente. Intervino doña Adela, que pese a estar siempre atareada, se
ofreció para estar presente mientras posara. Al final, vendría por las mañanas,
acompañada por su criada. Por si acaso, le pidió un anticipo de dos pesetas.
Para los primeros gastos, le dijo. Se las dio, pero le obligó a firmarle que
las había recibido.
Don Felipe dijo que
había demostrado mucho valor al poner a la comandanta en su sitio.
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