7
La vida continúa
El salón de los dibujos. Ella lo llamaba así
por la intrincada lacería de nervaduras que recorrían su techo, se deslizaban
por las paredes y acababan enmarcando los amplios ventanales. En realidad era
el gran salón, se usaba en contadas ocasiones. Sus padres habían invitado a
todo el mundo: a los habitantes del castillo, a los del pueblo y a los nobles
de la comarca. Y en ese día tan especial aparecían ataviados con sus mejores
galas.
La luz
entraba a raudales, arrancando destellos de su vestido de seda verde. A su paso
la gente inclinaba la cabeza. Llegó al pie de la tarima, donde bajo el gran
tapiz con el escudo de su linaje, estaban sentados sus padres.
—Acércate, Elena —dijo su padre.
Subió y se arrodilló frente a él.
—Yo, don Pedro Anduaín, señor y dueño del
castillo y sus tierras, he de nombrar al sucesor del Guardián —agachó la
cabeza—, al que Dios tenga en su gloria. Escuchados en su día los consejos
sucesorios que él mismo me dio y por el poder que me ha sido conferido, te nombro
Guardiana de la Biblioteca de la Torre. Así pues, ¿juras solemnemente dedicarte
en cuerpo y alma a tu cargo?
—Sí, juro.
Su madre se acercó llevando la bandeja de la
que su padre tomó el manojo de llaves.
—Habiéndote comprometido ante mí y en
presencia de todos mis amigos y súbditos, te hago entrega de las llaves de la
Biblioteca —extendió las manos para recibirlas.
Sonaron las trompetas. La emoción la
embargaba y no pudo impedir que sus ojos se humedecieran. Su padre le hizo
levantarse y la abrazó. No podía ser más feliz. Sus familiares y amigos se
arremolinaron a su alrededor, todos querían darle la enhorabuena. Era la
Guardiana, nunca lo hubiera imaginado.
Hubo música, comida y baile. Fue un día
feliz, al final del cual fue a tomar posesión de la Biblioteca. Le acompañaron
sus padres, su dama de compañía y unos mozos que portaban el arcón y el resto
de sus enseres. Abrió la puerta y entraron. Despidió a su dama sin dejar que
subiera sus pertenencias a los aposentos y se quedó a solas con sus padres.
Tenía la sensación de que se iba a vivir muy lejos y eso que seguía en el
castillo. Se iban a seguir viendo todos los días, como mínimo a las horas de
las comidas. Finalmente sus padres se marcharon.
Ya estaba en su torre. Conocía la biblioteca,
pero no los aposentos del Guardián. Siempre había sentido curiosidad por saber
cómo sería la alcoba que había al final de las escaleras. Se dirigió a ellas y
empezó a subir despacio, conteniendo su impaciencia. Llegó a un diminuto
descansillo. Ahí estaba la entrada, una puerta tallada encajada en el arco.
Buscó en el manojo de llaves y abrió.
Era una enorme habitación circular, del
tamaño de la biblioteca y forrada también de madera. Había un sillón, se
dirigió hacia él y se sentó, encontrándolo cómodo. Estaba tapizado en un
intenso azul cielo y tenía estrellas doradas, igual que la silla que había
junto a la mesa. Se levantó y fue hacia allí. Había varias plumas, un par de
tinteros, papeles y un sobre. Estaba sellado e iba dirigido a la Guardiana. Era
la letra del bibliotecario, la conocía muy bien, siempre se fijaba en ella
cuando anotaba el libro que le dejaba. Y se la dirigía a ella. Él la había
elegido para el cargo y suponía que contendría las instrucciones necesarias
para ponerla al tanto. Lo leería después. Ahora quería seguir viendo su nueva
habitación. Había una hornacina y en ella unos pocos libros antiguos, en cuya
portada había escritos caracteres que ella desconocía. Abrió uno, olía a antigüedad
y seguía con aquella extraña escritura de trazos largos y curvos, con puntitos
de vez en cuando. Lo cerró, ya tendría tiempo de indagar. La cama era grande,
tenía su dosel y tanto éste como la colcha eran igual que el tapizado del
sillón. Y era blanda, qué gusto. Desde allí se fijó en una pequeña pintura,
cuyo marco estaba perfectamente encajado en la pared, enrasado con el resto de
la madera. Se veía un lago en medio de una inmensa pradera y un bosque al
fondo. Se acercó a él. Lo que más le
llamaba la atención era la torre que surgía en medio del lago y el camino que
la unía a la orilla. Se parecía a la torre de la biblioteca, pero sin castillo.
Una figura solitaria se dirigía hacia ella. Parecía su antecesor en el cargo.
Era él, estaba segura. Un cuadro bonito. ¿Podría ella pedir que le hicieran
otro parecido? Le gustaría aparecer asomada a la ventana viendo la puesta de
sol. Lo mandaría encajar junto a éste.
Había sido
un día largo y empezaba a sentirse cansada. Pero antes de acostarse, quería saber
lo que tenía que contarle el Guardián. Se acercó a la mesa y cogió la carta.
Rompió el lacre y la abrió. Se sentó en el sillón y comenzó a leer.
Mi querida Elena: cuando leas estas líneas te
habrás convertido en la Guardiana de la Biblioteca de la Torre…
Era
como si Vicenta hubiera rejuvenecido. Seguía yendo por la taberna para tomarse
el reconstituyente y luego se quedaba allí, ayudándola. A veces se ausentaba
para hacer algún recado, pero siempre volvía. Cada vez la veía más feliz, al contrario
que ella. Se miraba al espejo y no reconocía a la joven de antaño. Se veía fea,
se veía mayor. Su vida se había reducido al trabajo. Ya no era la misma. No era
feliz. Y aquí estaba, en su solitario paseo tras el trabajo. Melancólico
vagabundeo en el que lo mismo podía entretenerse observando una piedra, que un
insecto zambulléndose en una flor u observando cómo la copa de un árbol huía
hacia el cielo.
Recorría el bosque en el que se refugió con
Alejandro el día de la tormenta. Cuando se levantaba, lo primero que hacía era
ir a ver su dibujo, lo había colgado en la pared de su alcoba. Ella en el
balcón del castillo, entre las dos torres. Igual que lo imaginó aquel día
fatídico al pie del castillo. Igual que en aquel triste sueño de la justa entre
el bibliotecario y el caballero negro. Y esa madrugada, después de tantas
noches vacías, había vuelto a soñar. Y lo había hecho con el castillo. Y por
momentos, había alegrado su triste vida. Incluso había sentido el deseo de
volver a leer.
Cuando
volvió a su casa, menos taciturna que en días anteriores, fue directa a la
sala. Su madre estaba atareada preparando la cena.
—Hola madre. Lo siento, me he entretenido más
de la cuenta —se sirvió un poco de agua en la jarra.
—Hola hija. No deberías andar sola por ahí y
menos hasta tan tarde.
—Me gusta pasear, madre.
La madre dejó la sartén un momento y se
volvió hacia ella.
—Entonces te vas a tener que dedicar al
pastoreo. Así le sacas provecho —esbozó una sonrisa y volvió a ocuparse de la
sartén.
—Madre, qué cosas tienes. Aunque a lo mejor
no es mala idea —se sonrió.
Se puso a preparar la mesa para la cena y
encontró un pequeño paquete de papel marrón sobre la mesa. Se emocionó.
—¿Qué es esto, madre? —preguntó intrigada.
—Estuvo aquí el maestro —dijo volviéndose.
—Ah —todo rastro de alegría desapareció.
—Le dije que no estabas. No le di más
detalles, supuse que no querrías verle.
—Pues no, la verdad.
—Dijo que era para ti y que ya os veríais.
Se sentó y apoyó la cabeza entre sus manos.
No podía ser. Había vuelto a soñar, se había alegrado por ello, incluso el día
había resultado diferente. Había vuelto a pensar en los libros y tenía que ser
precisamente el maestro el que se presentara con uno en su casa. ¿Es que cada
pequeña alegría tenía que venir seguida por algún disgusto? Se levantó furiosa,
cogió el paquete y tentada estuvo de tirarlo al fuego. Se contuvo y lo encaramó
al estante.
—¿No lo abres?
—Debe ser un libro. ¡Que se lo lleve!
—Pero hija, llevas un montón de tiempo sin
leer…
—¡No lo quiero!
—Hija, no te entiendo.
—Ya no leo, madre.
—Pues tendrás que devolvérselo. ¿No querrás
que vaya yo?
—No, madre —se acercó a ella y apoyó la
cabeza en su hombro—. Pero no me apetece nada verle —susurró.
—Déjalo estar. Ya encontrarás el momento.
Agradeció infinito el apoyo de su madre. Pero
el daño estaba hecho, el inoportuno de Anselmo le había fastidiado lo que
quedaba del día. Así que intentó apagar el disgusto yéndose pronto a dormir.
Antes de apagar la vela fue a mirar su dibujo. Le traía recuerdos gratos del
castillo. Y también del pintor. Añoraba aquellos paseos con Alejandro en torno
al castillo. El castillo, un día de estos se iba a poner a escribir su
aventura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario