NERJA. EL DIARIO MADRUGADOR.
El Balcón de Europa, una plaza ajardinada
que avanza sobre el acantilado, mirador y centro neurálgico de la población de
Nerja, donde se concentran oriundos y foráneos para tomar un refrigerio,
hacerse caricaturizar, observarse entre sí o contemplar el mar. Ayer martes, la
tranquilidad del lugar se vio alterada a las doce del mediodía, cuando un
vecino de la localidad avisó al 112 para alertar del avistamiento de un objeto
sospechoso, algo insólito que jamás había ocurrido en aquella plaza que le vio
nacer.
Impresionados los miembros del 112 por lo
que el ejemplar vecino acababa de relatarles, decidieron contactar con la Policía
y la Guardia Civil para que decidieran ellos a quién competía investigar el
asunto. Antes de tomar una decisión, ambos cuerpos de seguridad decidieron desplazarse
al lugar de los hechos con cuatro agentes cada uno. Situaron un coche frente al
otro y de mutuo acuerdo, utilizaron la megafonía para ordenar desalojar sin
demora la plaza; después acordonaron la zona por los tres accesos posibles.
Un miembro de cada cuerpo, en estrecha
colaboración interdepartamental, avanzó sobre el pavimento de la plaza con las
palmeras como mudos testigos, para detenerse a medio camino. Al fondo estaba el
problema, en el espacio circular que se abría sobre el acantilado. Sacaron los
prismáticos. Sobre uno de los bancos dormitaba un gato, ajeno al peligro.
Ninguno de ellos quería ser el primero en
acercarse y se comunicaron con sus superiores, quienes a su vez contactaron con
el Ministro del Interior. El artificiero de la zona disfrutaba de un permiso
vacacional y el operativo más cercano se hallaba en Sevilla; por lo que recibieron
la orden de continuar adelante, con el beneplácito del señor Ministro.
Avanzaron lentamente hacia el banco. El
gato abrió un ojo, los observó con desgana y volvió a dormitar. Si éste supiera
hablar, tal vez hubieran podido preguntarle por la mochila de tela marrón
sintética, que abrazada por una cadena asegurada con un gran candado,
permanecía presa a la pata derecha del banco de piedra. Sin saber qué hacer,
volvieron sobre sus pasos hasta llegar a un banco a la sombra y se sentaron a
vigilar la mochila sospechosa.
Dos horas más tarde, un oriental que no se
había saltado el cerco al Balcón de Europa porque salió de uno de los
restaurantes que daban al mismo, fue derecho hacia el banco. Los agentes
reaccionaron a la modorra que les invadía en tan caluroso día de verano y
poniéndose en pie, desenfundaron el arma reglamentaria, dieron el alto al
sospechoso y lo detuvieron.
Una hora más tarde, gracias a la
colaboración de un inglés que se ofreció a intermediar como traductor,
obtuvieron la confesión del sospechoso. Era coreano y estaba de vacaciones.
Acababa de llegar a Nerja y tenía hambre, por lo que decidió entrar a comer el
menú del día en un restaurante de dicha plaza y no se le ocurrió mejor idea que
dejar sus pertenencias a buen recaudo en el Balcón de Europa. Aseguró que la
cadena era fuerte y el candado de calidad, aunque no supo responder si la tela
de la mochila era resistente y permaneció pensativo cuando le preguntaron si no
imaginó que cualquiera sabría abrir los cierres de la misma.
Cuatro miembros de los cuerpos de
seguridad con las armas prestas ante cualquier eventualidad le acompañaron
hasta el banco, donde el coreano saco una llave del bolsillo de la camisa y
procedió a abrir el candado y retirar la cadena. Tal y como se le ordenó, abrió
la mochila y fue colocando sus pertenencias sobre el banco, lo cual molestó al
gato que fue a prolongar su siesta a algún lugar más tranquilo. Así alineó una
libreta, un lapicero, un paquete de chicles, una chocolatina, una lata de red
bull, una guía de Andalucía, unos calcetines y unos calzoncillos. Al volver la
mochila del revés pudieron comprobar que no había nada más.
Ante tan inusual situación, el Ministro
del Interior, que había sido informado de los hechos, no supo qué hacer y dio
la orden de que dejaran al estúpido coreano continuar su camino. Uno de los
guardias se acercó a informarle, omitiendo el apelativo despectivo empleado por
el señor Ministro y aconsejándole por sus cuenta y riesgo que allá donde
fuera, se hiciera acompañar por su mochila.
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